Llega a las salas de cine de Santiago una película que nos hace viajar a las obras retro del séptimo arte. La película “Sting” es una mezcla perfecta de terror clásico y comedia absurda, con arañas gigantes y gore al estilo de los 80.
Si alguna vez te preguntaste qué pasaría si Steven Spielberg y Sam Raimi tuvieran un hijo mutante del terror clase B, probablemente obtendrías algo como Sting: Araña asesina (Sting, 2024). Escrita y dirigida por Kiah Roache-Turner, esta película australiana nos transporta directamente a ese rincón nostálgico del cine que mezcla monstruos prácticos, efectos especiales de la vieja escuela y un sentido del humor tan desvergonzado como sus gigantescas arañas. Es una carta de amor para quienes crecimos asustándonos con bichos enormes en la pantalla.
La historia sigue a Charlotte, una niña de 12 años con un carácter más fuerte que los adultos que la rodean. Un día, encuentra una araña pequeña y adorable en su edificio. Hasta ahí, todo parece normal. Pero, como buen homenaje al género, la situación se descontrola rápidamente. La araña crece de manera ridículamente rápida y desarrolla un gusto perturbador por la carne humana. Y cuando digo carne humana, no me refiero a un simple mordisquito inocente: hablamos de gore explícito y jugoso, como el que rara vez se ve en el cine moderno.
En cuanto a los efectos, este es el punto donde Sting: Araña asesina realmente brilla. Los efectos prácticos están a la orden del día, y eso siempre se agradece en un panorama cinematográfico saturado de CGI plástico. La criatura principal, con su diseño grotesco y movimientos mecánicos, evoca ese encanto retro que recuerda a clásicos como La cosa (The Thing, 1982) de John Carpenter o los bichos de Gremlins (1984). Es imposible no sonreír ante esa mezcla de terror y lo absurdo. Pero ojo, también hay momentos que logran incomodar de verdad, especialmente si eres aracnofóbico.