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Especiales Historia

MARIA REMEDIOS DEL VALLE LA MADRE DE LA PATRIA

Remedios del Valle nació en Buenos Aires un día incierto de 1766, pues no hay registro del día exacto en que nació. Esta patriota argentina era parda y pobre, pero con el corazón dedicado a la libertad de su patria, que es la nuestra.

Una parda aguerrida

Comenzó su lucha armada en un grupo de milicianos llamado “Tercio de andaluces”, interviniendo en la expulsión de los ingleses en sus dos invasiones a Buenos Aires de 1806 y 1807.

Luego de la Revolución de Mayo de 1810, integró —junto con su esposo y sus dos hijos— el ejército que realizó la primera Expedición Auxiliadora al Alto Perú bajo las órdenes del coronel Francisco Ortiz de Rosas y su segundo, Antonio González Balcarce. Se incorporó al Regimiento de Artillería de la Patria y el 20 de junio de 1811 peleó contra las fuerzas realistas —al mando del teniente general José Manuel Goyeneche— en la batalla de Huaqui, en la que su esposo y sus hijos dejaron la vida. Ahora tenía María tres motivos más para seguir luchando por la libertad de su tierra.

Para nuestro país, la derrota de Huaqui significó la pérdida del Alto Perú.

 

Con Manuel Belgrano

Al hacerse cargo Manuel Belgrano de la segunda Expedición Auxiliadora, María le pidió incorporarse a sus filas. En un primer momento Belgrano no la aceptó por su condición de mujer, pero finalmente accedió.

A raíz de las derrotas patriotas, Belgrano ordenó el éxodo jujeño del 23 de agosto de 1812, del cual fue parte María Remedios.

 

En la victoria...

El 24 de septiembre de 1812 le rogó a Belgrano que la dejara participar en la batalla de Tucumán. Luego del triunfo, el General pasó revista a la tropa y, al llegar a ella, se detuvo, le tendió la mano y la nombró Capitana de su Ejército y Madre de la Patria por haber asistido con coraje a los heridos en plena batalla y por haber ayudado también en la provisión de proyectiles a los artilleros.

También estuvo junto al general Belgrano en la batalla de Salta el 20 de febrero de 1813.

 

Y en la derrota

María Remedios acompañó al creador de la bandera no solo en los triunfos. También estuvo presente el 1 de octubre de 1813 en la derrota de Vilcapujio, y el 14 de noviembre de ese año tuvo la más activa participación con un grupo al que se conoció como “las niñas de Ayohuma”.

En una oportunidad, el general Gregorio de Lamadrid —que participó en dicha batalla— dijo: “Es digno de transmitirse a la historia una acción sublime que practicaba una morena, hija de Buenos Aires, llamada ‘tía María’ y conocida por todo el ejército como ‘Madre de la Patria’. Mientras duraba ese horroroso cañoneo, como a las 12 del 14 de noviembre y con un sol que abrazaba (...) acompañada de dos mozas morenas, se las vio constantemente conduciendo agua en tres cántaros que llevaban a la cabeza, desde un lago o vertiente situado entre ambas líneas y distribuyéndola entre los diferentes cuerpos de la nuestra y sin la menor alteración”.

En esa batalla de Ayohuma, María Remedios fue herida de un balazo en el brazo izquierdo y tomada prisionera por las tropas de Pezuela. Todos los soldados —vencedores y vencidos— la vieron llorar, pero no por los azotes recibidos, sino por la tristeza de ver a la patria derrotada.

Apresada, ayudó a escapar a los prisioneros patriotas. Por esta acción fue azotada en público durante nueve días. Su piel negra se mezcló con el rojo de su sangre, hasta que logró escapar y unirse a las tropas de Martín Miguel de Güemes.

 

Juan José Viamonte

En 1827, el general Juan José Viamonte —participante también de las batallas por nuestra independencia— la encontró por casualidad mendigando en Buenos Aires por la Plaza de la Victoria [actual Plaza de Mayo] y a las puertas de las iglesias de San Francisco o Santo Domingo. Vergüenza es contarlo, pero su alimento eran restos de comida que mendigaba y pan que le daban en los conventos.

Cuando Viamonte la reconoció, le preguntó su nombre y le pidió que le mostrara el antebrazo izquierdo. Cuando ella lo hizo, Viamonte exclamó: “¡Pero usted es la Capitana, la Madre de la Patria, la misma que nos acompañó en el Alto Perú!”. Viamonte se sumió en una tristeza al ver el fin de esa heroína.

Al ser electo diputado, el 5 de septiembre de 1827 presentó una solicitud de otorgamiento de pensión para ella equivalente al sueldo de Capitán de Infantería por los servicios prestados en la guerra de la independencia. El 18 de febrero de 1828 Viamonte logró llevar el proyecto a la Legislatura, donde algunos diputados adujeron no tener facultad para otorgar pensiones por servicios prestados a la Nación. Viamonte se levantó exaltado y expresó con firmeza y ofuscación: “¡Yo conocí a esta mujer en la campaña del Alto Perú y la reconozco ahora aquí pidiendo limosna!... Esta mujer es realmente una benemérita y no una calienta-silla como tantos de los que están aquí presentes. Ha seguido al Ejército de la Patria desde 1810 y no hay acción en la que no se haya encontrado. Es bien digna de ser atendida porque presenta su cuerpo lleno de heridas de balas y también de cicatrices por los azotes recibidos del enemigo y lleva en su corazón la tristeza de haber perdido en los campos de batalla a su esposo e hijos. No se debe permitir que deba mendigar como lo hace.” El diputado Tomás de Anchorena, que había sido Secretario de Belgrano en el Alto Perú, también la reconoció y apoyó los dichos de Viamonte.

El 18 de julio de 1828 se le concedió la mísera pensión de treinta pesos mensuales, un promedio de un peso por día, en una época en que la libra de carne costaba dos pesos y la yerba, setenta centavos. Los expedientes quedaron extraviados bajo una pila de papeles y María nunca pudo cobrar esa pensión.

 

Juan Manuel de Rosas

Dos años después, Juan Manuel de Rosas la integró en la plana mayor inactiva (es decir, como retirada) con el grado de Sargento Mayor. En agradecimiento a la acción del Restaurador, María decidió llamarse Mercedes Rosas.

Así figuró en los grados militares hasta el 8 de noviembre de 1847, fecha en que falleció en Buenos Aires.

 

Una reflexión final

María Remedios Rosas del Valle, la Madre de la Patria, la parda que perdió a toda su familia en el servicio a la Nación, murió pobre, su tumba no ha sido identificada ni se erigió monolito en su homenaje.

Como otras mujeres heroínas dignas de nuestro respeto y admiración, María murió con lo que tenía puesto: nada más, ni nada menos que la Patria en su corazón.

 

Esta reseña es una colaboración de José Olivieri, Presidente de la Asociación Cultural Sanmartiniana de la Ciudad de La Banda ([email protected])

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