La fumata blanca: el humo que resiste al siglo XXI
En tiempos de notificaciones y redes sociales, la elección del Papa sigue dependiendo de una señal ancestral: una voluta de humo que asciende desde la Capilla Sixtina.
CIUDAD DEL VATICANO.— En un mundo dominado por la inmediatez digital, donde los anuncios llegan al instante y las noticias viajan más rápido que el pensamiento, el Vaticano se permite un gesto contracultural: comunicar el resultado de uno de los eventos más esperados del planeta con humo. Ni pantallas, ni tuits, ni alertas: solo una chimenea, una plaza abarrotada y una nube de ceniza que, si es blanca, conmueve al mundo.
Este miércoles comenzó el cónclave, el ritual solemne en el que 133 cardenales procedentes de 70 países se reúnen a puertas cerradas para elegir al nuevo Papa. Es el cónclave más numeroso en la historia de la Iglesia, y aunque muchos de sus participantes tienen redes sociales y manejan teléfonos inteligentes, durante estos días se desconectan del mundo. Se les retiran los móviles, se interrumpe la señal en todo el microestado y se activan sofisticados sistemas de seguridad para garantizar que nada salga de la Capilla Sixtina, salvo el humo.
Ese humo, conocido como fumata, es el símbolo más visible y más esperado del proceso papal. Su origen no es litúrgico sino práctico: al quemar las papeletas de votación, se informaba al exterior si había acuerdo (blanco) o no (negro). Sin embargo, durante siglos, la combustión sin aditivos generó humos ambiguos y grises. El episodio más recordado ocurrió en 1958, cuando una fumata confusa hizo que miles creyeran que ya había Papa, provocando una ola de entusiasmo prematuro que terminó en decepción.
A partir de entonces, la Santa Sede perfeccionó el mecanismo. Hoy se utilizan dos estufas separadas: una quema las papeletas, la otra añade compuestos químicos que aseguran el color del humo. Perclorato de potasio, lactosa, resina de pino y otros ingredientes secretos componen la receta precisa que da forma a la nube definitiva: blanca si hay elección, negra si aún no.
Lo sorprendente no es sólo la tecnología escondida detrás de esa voluta ancestral, sino el contraste que representa. Mientras drones sobrevuelan la Plaza de San Pedro, mientras el mundo entero transmite en vivo, el corazón del cónclave late en silencio. Los cardenales votan en papel, sellan sus deliberaciones con juramentos de excomunión, y permiten que el tiempo retroceda durante unos días. Una especie de pausa sagrada en medio del ruido moderno.
Este jueves comenzarán las votaciones múltiples: dos por la mañana y dos por la tarde. Para que uno de los candidatos sea elegido Papa, deberá alcanzar al menos 89 votos de sus pares. Cuando eso ocurra —si ocurre—, no habrá comunicados oficiales inmediatos ni publicaciones en redes. Solo una columna de humo blanco que se elevará sobre Roma y será vista por millones de ojos atentos.
Y entonces, tras el silencio, llegará la voz: el protodiácono se asomará al balcón de la basílica de San Pedro, y con su vestidura dorada proclamará en latín las palabras más esperadas:
“¡Habemus papam!”