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Por qué es tan difícil ver a los amigos en la adultez: entre agendas, afectos y pantallas

En la infancia y adolescencia, ver a los amigos era tan natural como respirar. Bastaba un timbre, una visita sin aviso o una caminata improvisada hasta la casa del otro para sostener el vínculo. Pero con el paso de los años, la amistad entró en la agenda, se volvió una cita a coordinar, un esfuerzo logístico que muchas veces se posterga. ¿Nos volvimos más fríos o simplemente más ocupados?

“La vida adulta viene con compromisos que ocupan casi todo el tiempo disponible: trabajo, hijos, cuentas, mandados. Pero muchas veces el tiempo está; lo que falta es prioridad”, reflexiona Tatiana Lippi (42). Y es que la espontaneidad, tan propia de los años mozos, hoy parece un lujo reservado para quienes no tienen agenda colapsada.

 

De visitas sorpresivas a reuniones pactadas

Décadas atrás, caer a la casa de un amigo sin avisar era símbolo de confianza. Hoy, lo mismo podría ser visto como una intromisión. “Quien abriera la puerta pensaría que sucedió un cataclismo mundial”, ironiza el licenciado Daniel Alejandro Fernández (M.N. 41.671), psicólogo con orientación psicoanalítica. Para él, el problema no es solo la falta de tiempo, sino la manera en que nos habituamos a vivir en modo digital, incluso en nuestras relaciones más íntimas.

A esto se suma el impacto de la pandemia, que reforzó la virtualidad como espacio principal de interacción. “Nos hemos acostumbrado, mal que nos pese, a prescindir de la presencialidad del otro. Pero somos seres sociales. Necesitamos del cuerpo del otro, de la mirada, del tiempo compartido”, agrega Fernández.

 

¿Falta tiempo o falta decisión?

A muchos adultos les cuesta admitirlo, pero lo cierto es que ver a un amigo puede requerir el mismo nivel de coordinación que una reunión de trabajo. Sin embargo, quienes logran mantener sus vínculos cercanos, suelen aplicar estrategias conscientes. Martín Reyes (55), recientemente divorciado, comenta: “Cuando quiero ver a alguien, pregunto qué días tiene libres esa semana. Así priorizamos el vínculo sin imponer mi agenda”.

La planificación, lejos de ser un signo de frialdad, puede ser también una muestra de afecto. “Si sabés que tu amigo tiene tres hijos y jornadas laborales agotadoras, organizar un café con tiempo puede ser una forma de cuidado”, comenta Mariela Gómez (40), madre de dos niños, que encontró en los grupos de mamás un nuevo espacio de vínculos significativos. “Con los años, aprendés a elegir con quién seguir en contacto. No por falta de cariño, sino por falta de horas”, explica.

 

Entre el mito de la hiperconexión y el vacío emocional

Según Fernández, vivimos una era marcada por el individualismo, donde la conexión virtual muchas veces reemplaza la real. “Una de sus consecuencias es vivir conectados digitalmente pero desconectados emocionalmente. La amistad requiere presencia, y eso hoy hay que defenderlo casi como un acto militante”.

Es que los grupos de WhatsApp silenciosos, los likes automáticos o los mensajes sin respuesta sostienen apenas un eco de lo que fueron los vínculos presenciales. ¿Alcanza con eso? Tal vez sí, en algunos casos. Pero en otros, el afecto necesita de un mate compartido, una charla sin pantallas, un abrazo sin filtros.

 

Recuperar lo esencial

No se trata de vivir como en los años ‘90, pero sí de revisar qué lugar ocupa la amistad entre las prioridades. Fernández propone buscar un equilibrio: “Ni la fantasía de que todo se da solo, ni la excesiva organización. A veces alcanza con un gesto sencillo: un mensaje sincero, una videollamada o un café improvisado”.

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