Jesús, un nene con Trastorno del Espectro Autista (TEA), extravió el domingo pasado su juguete de apego, en el evento Santiago es tu Río, el cual se lleva a cabo en las inmediaciones de la costanera.
Yuli Abregú, su mamá, recurrió a las redes sociales para pedirle ayuda a la comunidad.
“(...) Mi hijo con TEA entró en una crisis de nervios y tiró su juguete de apego. En ese momento no lo levantamos, es su dinosaurio, y creemos que por equivocación lo levantaron. Por favor le pido al que lo levantó, si sería tan amable de devolverle, ya que él adonde va lleva su dino, hasta para bañarse y dormir. (...) Por favor le pedimos que nos devuelva, entendemos que es un juguete y a cualquier niño le puede llamar la atención, pero se nos hace muy difícil poder conseguirle el mismo. Anoche se cansó de buscarlo, hasta quedar dormido”, compartió en Facebook.
El mensaje se viralizó y varias personas se solidarizaron con el niño (algunas, incluso, se ofrecieron a regalarle un dinosaurio nuevo).
Mirada de un psicólogo
El equipo de Nuevo Diario habló con Maximiliano Díaz, psicólogo y autor de “La ventana azul. Autismo: teoría e intervenciones psicosociales”, para conocer qué hay detrás de los juguetes de apego.
“En la primera infancia es muy común encontrar objetos de apego en cualquier niño. En este caso, cuando sucede en niños con TEA es muy particular”, introdujo.
Según Díaz, estos objetos tienen su función “positiva” y “negativa” en cuanto a “funcionalidad en diversos contratos sociales”.
“Teniendo en cuenta lo positivo, resulta bueno cuando se trabaja como técnica de obtener algo a cambio en relación a su conducta. Pero esto no debe suceder en su totalidad, ya que genera la dependencia extrema del objeto, generando la necesidad de permanencia constante con él. A la larga, trae su significado y consecuencias al momento de vincularse en otros ámbitos de su vida”, explicó.
“Es importante quitar poco a poco los objetos dependientes”, recomendó el especialista
Díaz señaló que es “importante quitar poco a poco los objetos dependientes”, porque “el niño necesita explorar otros objetos y no quedar siempre prendido su atención en una sola cosa”.
“En este caso, cuando sucede la pérdida de un objeto de manera abrupta, tiene su carga negativa. El desapego repentino puede generar estrés, crisis, alteraciones en sus componentes de sentidos y hasta, en algunos casos, podría inferir en la posibilidad de retrocesos en sus tratamientos terapéuticos”, informó.