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24 de mayo: El día que la pelota se manchó con sangre

“La pelota no se mancha”, la frase célebre de Diego Armando Maradona, el día de su despedida en La Bombonera resuena en los oídos de los futboleros con la fuerza de una creencia casi religiosa, porque trasunta los códigos de tablón como pocas, despojando de culpa alguna a ese preciado objeto que tanta polémica y pasión genera a través del fútbol, frente a los errores de quienes integran el mundo futbolístico ya sea en una cancha o fuera de ella.

 

Pero la verdad es que quienes hacen el fútbol no solamente son los jugadores sino que también componen su estructura dirigentes, árbitros, hinchas que llevan a los estadios lo bueno y lo malo de la sociedad que integran. 

 

Se suele decir que una cancha de fútbol es un lugar de expresión de muchas pasiones que surgen de la identificación de los simpatizantes con sus equipos, y en el caso del que se juega profesionalmente, cruzado por intereses de clubes y/o dirigentes que en el afán de conseguir sus objetivos muchas veces oscurecen tanto a este deporte que hasta llegan a mancharlo, más allá de la tribunera frase del “Diez”.

 

Hay que entender que la violencia social muchas veces se expresa también dentro de un estadio y somos tan intolerantes, juzgadores y hasta violentos como en la vida diaria o quizás aún más, llevados por pasiones desenfrenadas, por el anonimato de la multitud en la que uno pierde su ser individual para formar parte de un grupo, de hinchas en este caso.

 

Y que si esas expresiones no tienen un canal de contención producto de la razón o de las propias medidas de seguridad que rodean a espectáculos a los que concurren miles o decenas de miles de personas, la tragedia puede estar más cerca de lo imaginado.

 

Hoy es 24 de Mayo, y el fútbol sudamericano no puede olvidar ese día de 1964, y aún 59 años después todavía el horror gana espacio en la memoria de la efeméride “futbolera” que manchó de sangre a todo el continente.

 

Solamente dar el número de 324 muertos y más de 500 heridos es para poner a cualquiera los pelos de punta. El “premio” del partido era la posibilidad de acrecentar las chances que daba un triunfo a las selecciones de Argentina y Perú para clasificar a los Juegos Olímpicos de Tokio.

 

Más de 45 mil personas daban el marco a un Estadio Nacional de Lima que desbordaba de peruanos con ansias de lograr el objetivo de alcanzar en las posiciones a la “albiceleste” que venía de 4 triunfos consecutivos Un gol anulado por el árbitro a los peruanos, caldeó el clima adentro y sobre todo afuera de la cancha.

 

Portada de El Gráfico

 

Faltó que un hincha saltara al campo de juego para intentar agredir al árbitro que le siguió otro y se debió suspender el partido por falta de garantías. Arrojaban botellas, piedras, butacas y otros elementos mientras prendían fuego a las instalaciones de madera.

 

La Policía lanzó gases lacrimógeneos y soltó a los perros, hubo corridas y la gente intentó salir del estadio pero las puertas 10, 11 y 17 estaban cerradas. Mujeres y niños especialmente murieron aplastados por otros que pugnaban por salir.

Ya el juego había dado espacio a la barbarie, el deporte quedó herido y la pelota con manchas de sangre.

Selección Argentina

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