Opinión

La nada, la libertad y el Estado: Una definición política de la angustia

El último anuncio presidencial sobre la situación epidemiológica del país tuvo su momento polémico cuando el presidente, ante la pregunta de una periodista, nos dejó una definición muy particular de angustia: “angustia es enfermarse y que el Estado te abandone” dijo, palabras más palabras menos, el mandatario. Tanto la periodista como el presidente, hablaron de angustia para referirse a lo que estaría sintiendo la gente en estos tiempos de aislamiento. No hablaron de miedo, ni de incertidumbre, ni de aburrimiento. No. Usaron la palabra “angustia” sin pensar, quizá, en todo lo que implica la misma.

 

 

Decimos esto porque la cuestión de la angustia es materia de grandes discusiones, principalmente en lo que tiene que ver con la siguiente pregunta: ¿cuál es el objeto de la angustia? No podríamos reconstruir las respuestas que se han formulado para responder a esta pregunta en disciplinas como la psicología, el psicoanálisis, la fenomenología, las neurociencias, etc., en tan pocas páginas. Solo nos limitaremos a destacar brevemente algunas reflexiones que el existencialismo —corriente filosófica muy relevante en la primera mitad siglo XX— ha realizado sobre la angustia, con el objetivo de encontrar las bases de una posible definición política de la angustia.

 

 

Martin Heidegger fue el filósofo del siglo XX que se propuso algo muy raro y extraño para nosotros que vivimos, por lo general, insertos y distraídos en la cotidianidad: experimentar la nada. ¿Cómo podemos experimentar la nada? ¿Es posible experimentar algo que no es? A estas preguntas va a responder Heidegger diciendo que es posible experimentar la nada, pero no por la vía del entendimiento, como buscaría un filósofo racional, sino por la vía del sentimiento. Aquí, el filósofo alemán, choca con un problema, pues se da cuenta que los sentimientos, lejos de conducirnos a la nada, nos hacen más patente todavía la existencia. Por esa razón Heidegger va a decir que no cualquier sentimiento puede llevarnos a experimentar la nada, sino solo uno, muy particular. Este es el sentimiento de la angustia.

 

 

En su libro Qué es la metafísica (1949) Heidegger introduce la ya clásica distinción entre el miedo y la angustia. Mientras el miedo es siempre miedo por algo determinado; la angustia, es angustia por algo no determinado. Dice el autor: “La angustia ante… es siempre angustia por algo, pero no por esto o aquello” (1949, 26). Lo que Heidegger nos está diciendo es que lo que nos angustia es la imposibilidad de la determinabilidad. En otras palabras, nos angustia que no podamos determinar algo. No poder determinar un “esto” o “aquello”, es experimentar la nada. La angustia es entonces ese sentimiento o disposición afectiva que presentifica, hace presente la nada.

 

 

Aquí hay que detenerse en algo sumamente importante respecto al concepto de “nada”. La nada, según como la entiende Heidegger, no es la negación de la existencia. La nada no es el “no-ser”. Porque se manifiesta en la angustia, la nada permite que el ser humano, a través de ese sentimiento, la rechace y se remita así continuamente a la existencia. De este modo, la nada sería pues una condición del existir. No se opone a la existencia, sino que, más bien, es propia de ella. Por tanto, debemos asumir que el ser humano vive, de alguna manera, atado al anonadamiento. La nada es como una sombra de nuestra existencia. Sombra que se presenta en el sentimiento de angustia. Y esto nos lleva a concluir que la angustia es, por tanto, inevitable.

 

 

Pero precisamente como la angustia nos presenta la nada y al hacerlo nos advierte de nuestro anonadamiento, por esa advertencia, tenemos la posibilidad de evitar hundirnos en la nada dejando que, como dice Kierkegaard, la angustia nos eduque en la fe y en la responsabilidad, ambas implicadas en la libertad que ejercemos en cada decisión que tomamos y en cada elección que hacemos, como decía Sartre.

 

 

Como nuestra libertad está condicionada por el encuentro con los otros, que también son libres, es en el recinto de la vida en sociedad donde el Estado, ante la angustia, puede hacer algo. No para erradicarla, sino para colaborar con ella en la educación de nuestra responsabilidad hacia los demás, sobre todo en situaciones que desnudan la finitud de la condición humana, como cuando está en peligro la salud. Tal vez porque es radicalmente distinto angustiarse solo que angustiarse acompañado, el texto bíblico dice que debemos alegrarnos con los que se alegran y, también, llorar con los que lloran (Romanos 12.15).

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