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Opinión #Opinión

No aplaudan a los médicos

Ayer miércoles 7 fue el día mundial del trabajador de la salud y al igual que el año pasado redes y medios se inundaron de carteles de agradecimiento y aplausos. Aplausos masivos y desde los balcones a los ???abnegados??? (yo diría ya resignados) profesionales de la salud.

22.039 infectados fue la cifra del pasado Martes 6. Un récord desde que empezó la pandemia. 

 

No obstante en horarios pico se ven bares atestados, la gente sin barbijo en lugares cerrados o charlando en las veredas distanciados por un dudoso metro y medio. El máximo de personas por mesa se convierte en un grupo de mesas con distancia entre ellas y un virtual círculo de sillas alrededor.

 

Con un virus de transmisión aérea mucha gente por la calle cubierta la boca con “trapitos”, solo para cumplir con la ley sin ninguna misericordia por el resto de la sociedad. Barbijos en la pera prestos a ser subidos cuando pasa algún agente del orden o cuando algún ciudadano responsable lo hace notar. Bajo el pretexto de la incomodidad, el barbijo de uso obligatorio se convierte en tapabocas transformándose en inútil para la prevención de la diseminación del virus.

 

Esa unión que los argentinos mostramos en una final de fútbol desaparece y muta en individualismo raigal a la hora de pensar en el prójimo, incluidos los profesionales de la salud a los que tan emocionados salen a aplaudir.

 

Dueños de negocios que no controlan el cumplimento de las medidas de bioseguridad por parte de sus empleados y empleados que no cuidan sus puestos de trabajo ni a los clientes subiéndose el tapabocas sólo al ser advertidos o cuando entra alguien a un local.

 

La falta de consideración llega al transporte público en el pasajero que se baja el barbijo para hablar por teléfono sin consideración por el chofer y en el chofer que cuelga un nylon que a los días esta todo perforado, sólo para atravesar controles más que para cuidar a quien llevan.

 

Y colas, colas apretadas de gente que se amontona como si con eso los fuesen a atender antes. Y la indiferencia social de pasar por la calle y no hacerlo notar. 

 

Y todo eso repercute en mayores contagios, que repercuten en mayor trabajo para los profesionales de la salud a quienes hipócritamente salimos a aplaudir.

 

La pandemia en algún momento va a pasar; pero despierta señales de alarma como sociedad. Ha planteado un reto al individualismo, desafiandonos a alejarnos para proteger al prójimo.

 

El virus va a seguir en tanto le demos alojamiento y alimento. Y si se lo permitimos se adaptará y fortalecerá. Igual que con el egoísmo. Igual que con la generosidad.

 

Pululan por la vida virtual y real opinólogos sin ninguna base o formación más que su criterio e intereses cuestionando desde vacunas hasta medidas de prevención y generando duda en una población lógicamente atemorizada por el virus. En una situación normal hay tiempo para discutir, en una emergencia tienes que actuar. Es lo que hacen lo profesionales de la salud, aquellos a los que a la hora de las noticias todos aplauden emocionados en la seguridad de sus casas.

 

El virus se alimenta del individualismo y tiene una sola debilidad: cuando se agotan los recursos, se muere. La única forma de conseguirlo es dejar de lado la falsa viveza de transgredir normas para llegar antes, ser primero o atravesar el trance más cómodo. Nada inteligente hay en cavarse la propia tumba. 

 

Los profesionales de la salud, los policías, los docentes, los recolectores de residuos no necesitan nuestro aplauso. Necesitan tener un poco mas de seguridad de que al final del día van a volver a su casa a descansar. Si quieren rendirles algún homenaje por lo que están haciendo, pongan su granito de arena para que esto termine antes, el virus sabe que somos nosotros quienes lo potenciamos. Hacerlo por tu prójimo es hacerlo por vos.

 

Después, aplaudan a quien quieran.

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