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Opinión #Opinión

La locura por el amor y el amor por la locura

El amor solo puede ser entendido como un entredicho. Quizás no sea para tanto; pero al menos desde este punto lo abordaremos hoy.

Desde el psicoanálisis, a grosso modo, podemos decir que el entredicho es aquello que se dice pero que no logra decirse del todo. ¿Por qué? En principio porque entre lo que se dice y lo que se escucha del otro lado hay un largo camino por el cual se extravían los sentidos. Lo que uno piensa que dice, difícilmente sea lo que el otro escucha. 

 

Hablando de entredichos, Lacan afirmaba que “amar es dar algo que no se tiene a alguien que no es”. Esa frase me llevó a analizar qué es eso que llamamos amor. Como cualquier significante, no se trata de una sola cosa; pero a lo que me inclino es más bien a analizar sus nombramientos y la derivación en el sentido que produce cada época. También, antes que se ofenda algún teólogo o historiador, lo que ahora intento es representar y no tanto precisar.

 

Igual, como venía diciendo desde un principio, es probable que se malinterprete.

 

Los griegos llamaban Eros al amor, que claramente tiene un sentido mucho más amplio y diverso al que tenemos hoy en día. Pueden buscar entender el Eros de los griegos dentro de “El banquete” de Platón: ahí se arma una gran discusión entre Sócrates y sus amigos por buscar definirlo. De igual manera no interesa saber que buscaban precisar tanto sobre los discursos que se presentan, o cuantas formas de amor podrían categorizarse en la época griega o antigua; sino entender que ya en ese entonces se delimitaba el campo del amor en cierta manera.  

 

Unos centenares de años después el amor se vistió de Ágape, lo que sería algo así como la representación del amor de Dios por los cristianos. Ese amor que nos entregó  como máxima expresión a su hijo. Cristo también puso su sello, sin dudas, hasta el punto de sacrificarse por amor a sus hermanos, que es aquel que se nombra como filéo o philo. Todavía en la biblia existía el Eros, pero se refería con ese término a las relaciones carnales o sexuales, quizás hasta paganas.

 

Hay un cuarto amor, que se llama Estergos, que vendría a ser el amor fraternal, el que se produciría con naturalidad entre unos y otros, por ejemplo dentro de una familia. 

 

Después de casi mil años de la Biblia como referente del amor, en la edad media surge el amor cortesano o cortes, vistiendo ropas de romanticismo. Drama y desencuentros al estilo Romeo y Julieta, y porque no, hasta incluso a lo Don quijote y su amada dulcinea en el ocaso de aquella época. El amor cortesano, según una de las primeras definiciones que arroja google es: “sufrimiento gozoso”. Si algo nos enseñó la edad media es, justamente, que en el amor no se puede tener lo que uno desea.

 

Salteando un poco la historia, aprovechando el pie de no poder tener lo que uno desea, podemos desembarcar en Freud y el complejo de Edipo. En el apogeo de la época victoriana, con las presiones sociales que demandaba el cumplimiento de los rituales del amor, Freud surge para plantear la relación con los objetos de deseo y hace tambalear todas las estructuras respecto de la sexualidad.

 

La liberación de la sexualidad produjo una modificación en las formas instituidas de amar para la época. Más allá del reverso de la sexualidad, podemos tomar al complejo de Edipo como la representación de no querer saber nada de aquel primer objeto de deseo. Nos arrancamos los ojos, reprimimos la verdad del origen de nuestros deseos y amor. 

 

Para decirlo de una vez, amar es entregar un objeto que no se tiene a  alguien que no es el objeto que uno busca. Amar es un salto de fe hacia el vacío, que de alguna manera nos sostiene para poder continuar en una relación con los otros, con los sustitutos de un objeto de amor negado o perdido. Amar es creer que uno es eterno junto a otro que lo completa. Al mismo tiempo que juntos, cada uno en su propia soledad, buscan completarse engendrando nuevos pequeños seres que deberán saberse debatir en cómo hacer con ese objeto de deseo prohibido que los gestó. 

 

Si fuésemos eternos y completos en los encuentros del amor simplemente no existiríamos.

 

Todo sujeto se debate entre ofrecerse como objeto que no es y buscar completarse con otros creyendo que ése es el objeto que quiere o le hace falta. El salto de fe que nos sujeta a las creencias que sostienen nuestras bases como seres sociales, en la psicosis, en la locura, no se produce jamás. El loco no cree, no hay fe, para él la cosa “es” o nunca lo será. No hay duda, no hay sentido ni si quiera que resulte necesario para afirmar que eso que ve, piensa, dice o hace “es”; sea real o no para el resto. El amor en el loco es en reversa, él mismo se vuelve objeto producto del amor y deseo de la madre, imposibilitándole la distinción en ciertas ocasiones, del límite de su interior y el exterior, del “yo” (la representación de uno) y  el “no-yo” (la representación de los otros). 

 

Que el loco se posicione como objeto de amor, que no haya logrado separarse de la relación amorosa primaria con su madre, que no esté introducido en su estructura el significante “el nombre del padre” (en otra columna ya se lo mencionó), no quiere decir que el loco no pueda amar. Al igual que las definiciones del amor fueron variando en todas las épocas y sociedades, el amor en el loco es distinto al nuestro; ni peor, ni mejor… distinto. Tampoco es distinto a lo que podemos entender algunos por amor dentro de los que se consideran cuerdos. En una pareja ninguno de los dos piensa de igual manera al amor. 

 

El amor podría decirse que es el hilo que permite anudar al sujeto con los otros, el puente invisible que nos sostiene sobre el vacío del que todos sentimos vértigo cuando buscamos llegar a otra persona. No es culpa del loco que se haya estructurado desde una posición de objeto, el problema está en la evidencia de que todos esos lazos o uniones nunca son con otros, siempre es con uno. Sacude con toda la fuerza de la locura nuestras estructuras de creencias. Ese problema siempre se busca callar, ya sea a través del encierro, medicación o exclusión. 

 

Intentar incluirlos desde el amor es sin dudas muy difícil. Introducir un límite allí es únicamente posible desde el exterior, con las complicaciones de que estos sean tomados como intrusivos o invasivos. 

 

Se debe acompañarlos a que den un salto imposible, o sujetarlos con lazos que no tienen nudos. El amor al igual que la “cura”, en la psicosis es sin esperanzas. No por ello se debe dejar de acompañarlos a buscar generar lazos de amor. Lo único que se necesita es aprender un poco más sobre como escudarlos frente a su tormento, cómo intentar ser un poco más Sancho Panza.

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