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La Provincia #Especial

???La palabra nos fue dada para crear mundos???

Entrevista a Hugo Orlando Ramírez

En la mesa del café la infusión humeante se resiste a la pandemia. Una esquina y un bar como escenario para uno de los poetas insoslayables de Santiago. Mañana gris de un verano apresurado, que acompañamos con ideas, historias, sueños lejanos que anticiparon un poco este presente. Qué frágil el tiempo, en apenas una fracción de hora, recorremos una vida intensa. Hugo Orlando Ramírez, padre de familia, fotógrafo, profesor de letras, viajero trashumante, artesano de la palabra, poeta. La esquina de 9 de Julio y Buenos Aires, fue ese Aleph; por un instante todos los sucesos del universo, sus paisajes y personajes confluyeron en ese punto. Para A.N., después de Homero y Virgilio, la poesía se habría detenido en el tiempo, extasiados ya no valdría prestar atención ni oído a los demás. Contrariando la postura de este admirado bardo, acudimos al encuentro de este hombre de letras, porque entendimos que su voz colma como ninguna nuestras ansias de belleza y arte.

Son contadas las ocasiones en que nos encontramos en los últimos 30 años, con Hugo Ramírez. Arrancaban los 90, tiempos de relaciones carnales en lo político y una edición por demás rústica, de Tus ojos en la calle, alumbraba a un joven escritor, imperceptible por su humildad, inevitable por la fuerza de su palabra. Sucede que algunas veces no me alcanzan mis ojos para ver esta ciudad. Nada mejor entonces que la mirada de los trovadores, fatigados y siempre sorprendidos, para advertirnos y maravillarnos una vez más.

 

Nombres

 

Durante la charla surgen nombres que esperamos no se diluyan con el tiempo: Ricardo Dino Taralli, Carlos Alberto Artayer, Alfonso Nassif, entre otros.

En un rápido raconto de su vida aparecen los estudios en la facultad de abogacía en Tucumán en los años de plomo, trunca carrera signada por el mandato familiar. La fotografía, también. El título de profesor de letras y un fugaz paso por las aulas. Llegaron los hijos, la vida familiar. Y la poesía nunca dejó de acompañarlo.

En la adolescencia comienza este derrotero. Quizás algún papel amarillo de años atesore en tinta diluida por el tiempo aquellos versos originales, que entre metáforas y rimas revelaran lo que inevitablemente es un presente embriagado de letras y sueños. En la vida de nuestros trovadores hay siempre algo parecido a un destino de Ulises. Y así como todo Odiseo, anhelante por llegar a casa, nos habrán de regalar ese viaje, que medrosos nunca habremos de emprender. Así los poetas son necesariamente nuestros héroes de este tiempo. Y esa empresa siempre será, contra “sirenas y endriagos y piedras imanes que enloquecen las brújulas”.

 

Nuevo libro

 

“El umbral donde tu voz resuena”, es su último libro. Amasado en el interior de su hogar por la obligada cuarentena, será quizás un regalo de Navidad para quienes esperamos siempre ansiosos las voces de nuestros poetas. Su contenido abarca todo lo escrito desde que la pandemia recluyó a la gente de puertas hacia adentro. “Contempla una etapa única de mi vida, en la que me volqué a escribir, sin falta, todos los días. La separación y la distancia de los afectos me puso en un estado anímico sustancial para escribir. La soledad ganó así un lugar especial en estos escritos. Sin lugar a dudas fue una especie de entrenamiento, por esto de tener que escribir cada día”, apunta.

Un centenar de poemas fueron apiñándose en un cuaderno, para luego pasar al ordenador y comenzar un minucioso proceso de corrección, que en pocos días más estará impreso para regocijo de quienes seguimos a este artista. Esta ardua labor está contenida en papeles y más papeles, en corrección sobre corrección, buscando quizás algo parecido a la perfección, es decir la belleza.

“Del poema lo que más importa es la melodía. Ahí me parece acertada la palabra magia. Es necesario que haya magia”, señala.

Finalmente pasaron el filtro unos 50 poemas, que inevitablemente podría decirse que es fruto de la obligada cuarentena que afronta el mundo.

Ramírez, hoy además puede ser encontrado en una decena de antologías internacionales, tal su trascendencia, aunque peque de extrema humildad, al no resaltar este logro como fundamental en su vida.

Reflexivo, nos dice que la poesía surge de una necesidad. Lo que no nos exime del talento necesario. Al remontar esos años mozos, surgen inevitablemente nombres como los Pablo Neruda, César Vallejos, Carlos Salinas, Vicente Huidobro, Nicanor Parra, Ernesto Cardenal. Con esa impronta hoy está volcado con entusiasmo a los espacios virtuales (a través de las redes), tomando contacto con escritores de distintos lugares del mundo.

 

Compromiso

 

Contra otras opiniones, siempre es apreciable preguntar por el compromiso social de los artistas. ¿Deben o no los escritores hacer lugar a la vida secular en sus afanes creativos? Por ese camino recordó aquella división que enfrentaba a quienes postulaban a favor del arte por el arte. Lo que podría equivaler a escribir sin compromiso, sin color político. Nada más contrario al profuso trabajo de Hugo Ramírez. Su obra no deja dudas, “el poeta es parte de una sociedad e inevitablemente todos estamos politizados, siempre se escribe desde un lugar que se elige”.

 

Para nuestro poeta o se escribe, según esa disquisición, desde el lado del poder o desde el lado de la gente, que sufre ese poder.

“Naturalmente siempre estoy escribiendo desde mi barrio, de mi gente”, afirmó.

De ninguna manera niega que el lugar de nacimiento pudiera llegar a condicionar esa postura, aunque aclara: “Estoy atravesando por una rica experiencia al compartir mi trabajo desde Santiago del Estero con poetas de distintas partes del mundo. Si condiciona o no la tierra donde nacemos, depende de cada artista. Ante esa posibilidad debemos mantenernos abiertos mentalmente. Obvio la poesía debe caracterizarse por su libertad. La palabra es nuestra herramienta y según como la manejemos soportaremos o no ese posible condicionamiento”.

Ramírez expone al mundo como su lugar y así define la aparente controversia. “Nunca dejaré de dar signos de ser santiagueño. Escribo sobre todos los temas. Pude incursionar en la poesía japonesa, como el Haicu, pude llegar a esta instancia por los contactos de estos últimos tiempos; influencias ricas para el arte”, destaca.

Para afianzar aún más y por si hiciera falta remarca, “pude alejarme de Santiago, incluso mis hijos viven en otros lugares del país y el exterior, por el contrario, sigo habitando esta tierra”. Así se reafirma santiagueño ante cualquier otra posibilidad. Contrasta esta elección de vida con su viejo sueño setentista de ser mochilero.

 

Palabra

 

Resulta inevitable detenernos a considerar la dimensión, la trascendencia y posibilidades de la materia prima de esta labor: la palabra. Ramírez nos recuerda que la palabra es la conexión con la realidad. Sin negar la impronta de la imagen —recordemos que Aristóteles cuatro siglos antes de Cristo, ya decía que, “aprende más el hombre de la imagen que de la palabra”— refuerza al sentenciar que “la palabra te conecta con el mundo”. Es la herramienta del poeta, de allí la necesidad febril de conocer sus secretos, su música, para captar lo inasible y decir aquello que a priori es inexpresable.

Su cosecha de palabras comenzó en las calles, prestando oídos al entorno, “asimilando ese lenguaje cotidiano, sumando necesariamente las lecturas”. Es categórico al asegurar que todo poeta debe formarse.

Egresó en su momento como profesor de lengua y literatura; “aprendí mucho del contacto con los profesores, como por ejemplo Carlos Artayer”. Recuerda que su recomendación fue siempre leer absolutamente todo, texto, documento, prosas, poemas, ensayos y ficciones, hasta el prospecto de los medicamentos.

Laborioso artesano en su oficio, apuesta con obsesión a la corrección permanente. “Quienes aprecian mi trabajo, destacan la frescura de lo que escribo y contrariamente a cómo lo valoran, lo mío es fruto de técnica y revisión, porque así me formé; pretendo siempre que una melodía surja y suene en mi poesía; no deben estar ausentes de ritmo y expresar una respiración, para que al leer en voz alta nada atente contra la música que encierra”, afirmará.

Para Ramírez cada palabra guarda una importancia propia. “Jamás debe sobrar una palabra”, asegura y no parece estar dispuesto a caer en controversias. Quizás sea este uno de los aspectos más cuidados en su obra, que ya atesora cinco títulos en las últimas décadas. Asegura que aprendió de los grandes a afinar su oído para apreciar este arte y su propia creación.

Partiendo de los cuentos infantiles y no tanto, la expresión: la palabra mágica, pone una dimensión trascendente a la charla. “La palabra no es solo significado, es también emociones y vivencias. Es innegable que algunas llegan de una manera al lector y otras con una impronta distinta. Al mismo tiempo advirtió que es necesario no abusar de la palabra en poesía, es decir que su selección no se quede en mero artificio y forma, “la magia así entendida se alcanza con el conjunto de todas las palabras”. Para Ramírez debe haber una asociación mágica de todas las palabras.

 

Disparador

 

No pocas veces una sola palabra es el disparador para una rima. “Hoy me ubico en una especie de situación espiritual en la que espero atentamente que una palabra alumbre, aparezca, llegue, para decirme dónde debo ubicarla”, señala.

Todo esto, quien escribe, lo descarga en papel, “para llegar al poema que fundamentalmente es vida”. A modo de ejemplo recordó cómo algunas palabras, simples y no tanto, se impusieron para dar expresión a composiciones de color local, como Quetuví, la pintoresca ave de cuerpo amarillo y testa con franjas negras o Yanda, pueblo donde nació su madre.

En la tradición judeo-cristiana, Jehová crea todo a partir de la palabra —“en el principio fue el verbo”, Juan 1,1— y en el Génesis (Antiguo Testamento, Génesis 2: 18-20), el propio Adán nomina a todas las bestias de la creación. A partir de estas reflexiones, Ramírez no duda en destacar que la palabra nos fue dada para crear mundos.

“El chileno Vicente Huidobro decía: los poetas somos pequeños dioses. Esta es una perfecta metáfora de lo que podría decirse es un escritor de poesía. Se trata de crear con el lenguaje. No se trata solo de reproducir la realidad. Ubicándonos en un extremo, nos condicionan cuando nos dicen con cierta insistencia, que el escritor santiagueño debe escribir sobre sus tradiciones. Y así caemos en la repetición de las leyendas, como si todo comenzara y acabara en esas fronteras harto definidas”, sentencia.

Así surgen más definiciones. “El poeta primero es un creador. Su obligación es crear. No podemos nada más que reproducir todo lo que vemos o leemos. Escribir es también indudablemente un ejercicio de la libertad. Por ese camino debemos cuestionar todo y así arribamos a la literatura comprometida, que nace de cuestionar”, reflexiona.

Para Ramírez, el poeta podría compararse a la oveja negra de la sociedad. Por eso asegura que el escritor es quien va a marcar, sin importar si molestará a alguien o no, como rebelde que es, todo lo cuestionable del lugar donde vive y del mundo. “Debemos trabajar por un mundo mejor. En esto sí me embandero, porque de alguna manera implica la revolución”, dice.

Afianza estas expresiones al recordar ya en su época de estudiante, que participó de todos los movimientos contestatarios, en los años duros de la dictadura, tiempos en los que desaparecieron estudiantes y militantes bajo las botas de los militares, en Tucumán. En ese tono confiesa: “Pude haber sido un desaparecido. Esto pudo haber marcado de manera decisiva mi vida. Suelo decir, cualquier día puedo desaparecer, no estar. Esto me ha llevado a vivir cada jornada como si fuera la última”, señaló.

 

Hombrecito

 

Entre risas no exentas de cierta reflexión, reconoce que hay quienes lo miran como bicho raro. Así sobre el origen de esa consideración, reconoce que, tras haberse recibido de profesor de letras, dejó el ejercicio de esa profesión en unos pocos años; entonces se ríe de sí mismo cuando recuerda que la gente le dice: “Ahí viene el hombrecito de las fotos”. Con cierta resignación reconoce que pocos, muy pocos, le dicen profesor.

A todas luces advertimos una vida contradictoria y sin embargo esta característica, lejos de contrariar al escritor, lo afirma como tal. “Los poetas son contradictorios. Somos todo lo contrario a una persona sensata”, apunta.

A modo de epílogo debo confesar que, llevado por la pasión hacia la poesía, salí a la calle en busca de Hugo Ramírez. Me gusta estar atento a los escritores. Quizás tengan más tiempo o no, para detenerse a contemplar lo que los rodea. Sí creo que tienen una conexión especial para ver lo que sucede. Creo necesario concentrarnos en qué están viendo, para ver qué podemos llegar a perdernos por no prestar la atención debida.

 

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