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Opinión #Opinión

Las lluvias de la muerte

La temporada de huracanes golpeó con fuerza a Centro América. Honduras, uno de los países más golpeados por las lluvias.

Hace tres semanas que Honduras viene siendo castigada por lluvias incesantes, esto sumado a la tragedia por el descontrol en la contención del COVID-19 que vive Honduras y que hoy parece ser sólo una anécdota que a nadie parece interesar, donde los médicos que atienden en los hospitales locales aseguran que más del 35% de los casos están relacionados con esta enfermedad. 

 

Todo esto, simultáneamente a la fuerza de dos de los huracanes más devastadores de las últimas décadas, el “Eta” y el “Iota”.

 

 

 

Hoy, a pesar que ya no quedan lágrimas para llorar, las mejillas de la gente siguen humedecidas por las lluvias constantes, la pobreza y el sacrificio de los habitantes hondureños que ven desaparecer su país bajo las aguas y los deslizamientos de tierras producto de la temporada de tormentas de otoño.

 

 

 

Así de grande y silenciosa es la tragedia que ha golpeado a este país centroamericano y que en su gran mayoría es ignorada por los medios de comunicación internacionales, quizá también por las limitaciones para desplazarse impuestas por la pandemia mundial o porque la pobreza ya es tan grande en Honduras, que todo recuerdo del país ha sido excluido inconscientemente del mapa de las naciones.

 

 

 

Grandes partes del territorio han quedado totalmente devastadas por los deslizamientos de tierras, los deslaves de las montañas (que han hecho desaparecer miles de hectáreas de cultivos agrícolas), las crecidas de los ríos que han arrasado poblaciones enteras destruyendo pueblos y asentamientos, y donde la infraestructura no existe más. No hay electricidad ni agua potable y grandes porciones de la población se han encontrado sin absolutamente nada de la noche a la mañana. Una de las regiones más golpeadas fue, por citar un ejemplo, San Pedro Sula. Sula es el corazón industrial y productivo del país de donde sale casi el 60% del Producto Bruto Nacional y donde por citar un ejemplo para dar nombre a la desesperanza, Fabiola Ulloa dio a luz bajo un puente porque su familia perdió todo lo que tenía arrastrado por el agua, inclusive el trabajo; y ya no tiene dinero ni siquiera para llegar al hospital local a realizarse chequeos. O como el caso de sus vecinos que duermen en medio de un lodazal con colchones prestados después de haber también perdido todo y no tener más esperanzas para seguir adelante.

 

 

 

Aunque no hay cifras ciertas de heridos o de muertos y tampoco se las puede calcular, oficialmente se estiman las mismas en no más de 400 personas, situación que quizá haya contribuido a que este desastre no esté en las primeras planas de los diarios mundiales. Lo único cierto es que prácticamente toda la población del país resultó afectada, contabilizándose la destrucción a nivel nacional en más 110 puentes y 300 rutas que han dejado incomunicada a la población y con un estado totalmente ausente porque simplemente no tiene ni el dinero ni los recursos para afrontar la situación de catástrofe. 

 

 

 

Se estima que solamente en el valle del Sula en un abrir y cerrar de ojos han pasado a la indigencia extrema más de 2.000.000 de personas, quienes en su mayoría se agolpan frente a los camiones de ayuda humanitaria esperando recibir algo de comida que calme sus estómagos aunque no tengan como cocinar lo que se les reparte. La situación es tan desesperante que la “Asociación Médicos Sin Fronteras” ha solicitado por primera vez la presencia de psicólogos para tratar los traumas, miedos, ansiedades y ataques de pánico que sufren los sobrevivientes de las inundaciones y cuyos gritos parecen atravesar la noche asustando hasta a los propios depredadores carroñeros que ni se atreven a acercarse a las poblaciones devastadas para comer los cadáveres de los animales domésticos que flotan entre las aguas estancadas y fétidas, de por sí solas, una bomba sanitaria.

 

 

 

Pero no todo es culpa del huracán. Honduras es un país donde la corrupción hace todo más grave, donde debido a la burocracia y sus recovecos la ayuda internacional y las donaciones distribuidas por el gobierno no llegan a los más necesitados y se distribuyen de acuerdo a criterios políticos y no humanitarios.

 

Esta tragedia tiene ramificaciones internacionales no solo a nivel humanitario; sino porque viene a sumarse a un cuadro catastrófico de pobreza estructural donde seis de cada diez habitantes viven por debajo del umbral de pobreza y en el que cuatro de cada diez no tienen ni para comprar un plato de comida en este país gobernado por la violencia ciudadana potenciada por las maras mafiosas. Condiciones todas estas, que hacen de Honduras proporcionalmente uno de los países que más generan migrantes a nivel mundial, y que eligen como destino predilecto a Estados Unidos. 

 

 

 

Debemos decir que mientras la comunidad internacional está distraída con sus juegos políticos y combatiendo al COVID-19, la situación en Honduras parece haber sido olvidada y la ayuda internacional para comenzar la restauración no llega.

 

 

 

Es muy posible que este olvido aumente el problema de los migrantes al que Estados Unidos quiere solucionar construyendo un muro fronterizo que no cambia en nada el problema, ya que la raíz del mismo no está en la frontera; sino instalado en el país de donde vienen estos migrantes y al que se ha decidido ignorar.

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