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Opinión #Imperdible

El sueño de todos

Una síntesis de lo que dejó la huella de Diego Armando Maradona en nuestros corazones.

Cuando el sol luchaba por no morir en el horizonte al atardecer de cada domingo, jugábamos a la pelota, inexorablemente buscando ese gol que daba sentido a nuestra infancia. Unos ladrillos cruzados y un montoncito de ropa, reemplazaba los postes y desde luego casi nunca hubo travesaño. Y es así que los códigos no escritos del potrero nos hacían prescindir de insoslayables, como las líneas de cal, los banderines y hasta el árbitro. Teníamos como diez años y el crack de los cebollitas ya insinuaba desde Fiorito el casi imposible anhelo de llegar a la selección. Y la vida nos demostró que en esa zurda no cabrían los imposibles. Una tarde ya sin tiempo sigue transpirando camisetas multicolores. Y ahí estamos aporreando una pelota, pifiando zapatazos y dándole de puntín sin ángulo ni dirección desde los 12 pasos… Siestas de fútbol en la que soñábamos con esas gambetas que sólo existían en nuestro corazón. Soñábamos goles que siempre fueron imposibles. Con matarla al pie después de un largo paso. Chilenas, tijeras y un córner olímpico. Esas eran proyecciones casi genéticas heredadas del Gran Bernabé (Ferreira), de Boye, de Rojitas, de Antonio Rattín y porque no de Pipo Rossi, Pedernera y Loustau; quien hubiera imaginado que desde el Olimpo aún faltaba alumbrar a este dios.

 

El potrero era esa ciudad celeste. Allí todo era posible, hasta que nuestras limitaciones nos relegaban al papel de simples mortales. Al caer la tarde y cuando el sueño nos acogía, ya sin los botines, rompíamos redes, jamás errábamos un penal y los botines brillaban sin una brizna de polvo, ni una gota de sudor. La pelota nos congregaba, era una eucaristía pagana, porque comulgamos gestas épicas, aunque dialécticas, que nos acompañaban desde el lunes hasta el domingo en la canchita de tierra, en ese baldío escondido que siempre estaba cerca de casa.

 

Fue una infancia colmada de sueños. Hasta que un día se hicieron realidad. Y Maradona fue el artífice de proezas deportivas inigualables. Si parece mentira, hoy en su partida, sin embargo, creo que su mayor trofeo nos lo ofrendó a nosotros. Concretó todos nuestros goles soñados, todas esas gambetas que nos fueron imposibles. Lo que parecía relegado a la literatura, a la charla de café, a la leyenda, en sus piernas fue realidad, porque su corazón latía por todos nosotros.

 

Hizo entonces esos goles que nunca habríamos de alcanzar. Levantó aquellas copas que ya nunca perderán su pedestal. ¿Quizás Diego haya sido el sueño de todos? Vuelvo esta noche a la canchita de la esquina, pero ya no necesito soñar, ya nunca más voy a pifiar un remate, imposible que la armada inglesa me pare en la carrera hacia el arco. Diego, hiciste todo en las canchas y fuera de ellas, no dejaste de ser el héroe que enfrento a los poderosos. De medias caídas y camiseta embarrada enciendo una vela. Y el fútbol que siempre fue un ensueño, en tus gambetas hizo realidad ese anhelo eterno de felicidad. Gracias Diego.

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