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La Provincia #VecinosQueSonTapa

La resiliencia de Gladys en la adversidad: Una infancia feliz incluso con injusticias que la vida le dio de niña

Su madre se fue, su abuela la crió junto a sus hermanos y la solidaridad como base.

La infancia de Gladys Noemí Sosa, la vecina destacada del día se sumió de incertidumbre tras el divorcio de sus padres. El golpe fue duro, no terminó de entender porque su madre, tras la separación se fue, dejándola junto a sus hermanos, dos mujeres y un varón.

 

Su abuela paterna, doña María apareció al rescate haciéndose cargo de la crianza, la educación y la protección de ella y sus hermanos durante su niñez.

 

El dinero no compra la felicidad, suelen decir por ahí. En medio de la pobreza Noemí puede presumir de haber saboreado las mieles de la alegría familiar. De vez en cuando, recurriendo a su niña interior viaja en el tiempo y recuerda esos momentos donde amó la vida mas que nunca. Los juegos en el vecindario, los momentos compartidos y los sueños, los deseos, esos que en la niñez parecen imposibles pero no imposibilitan volar con la imaginación a situaciones o contextos mejorados, por supuesto.

 

Doña María, su abuela le enseñó no solamente a amar su vida, sino también los valores que caracterizan a las personas que se crían con mas necesidades que satisfacciones. De su nona aprendió el sentido de la solidaridad que la moviliza.

 

Sus vecinos tenían patios compartidos, y recuerda con nostalgia en su voz las veces que tuvo que caminar, correr, jugar y disfrutar de eternas tardes junto a sus amiguitos del barrio, remarcando que su infancia fue muy distinta a las de sus veinte nietos actualmente.

 

Siempre con la olla en el fuego esperaba a su abuela quien, luego del trabajo cocinaba para sus nietos diversos platos siempre que podía, platos con un ingrediente como denominador común, el ingrediente secreto de todas las abuelas del mundo, el amor ilimitado.

 

Gladys es una creyente, su amor por Dios se replica en cada gesto, en cada palabra, en cada acción que realiza no solamente por su familia, sino por el importante rol social que cumple en su barrio, su patria chica.

 

La adolescencia llegaba a la vida de Noemí con hermandad y solidaridad, sin olvidar el largo camino que recorrió, poniendo en practica todos los consejos de María, su abuela amada.

Con más amigos varones que mujeres, destaca la fidelidad, la amistad y nuevamente la solidaridad como insignia de sus aliados en esa etapa de su vida. Una juventud donde ella hizo todo lo que quiso hacer, una juventud donde, en estos tiempos destaca la rebeldía, Noemí, nuestra vecina utilizó para agrandar aún mas ese corazón de niña inocente camino a la adultez.

 

Comprometida con causas de su barrio y siempre con el afán de hacer el bien, en 1998 nació un proyecto, a fin de mejorar la calidad de vida no solo de los suyos, sino también de los vecinos a quienes tanto aprecio tiene, y tendrá.

 

Sin banderas políticas que respondan a sus intereses y movilizadas simplemente para ayudar. En la guerra del día a día, la solidaridad fue, es y será su bandera.

 

La etapa de la maternidad causa en muchas personas el verdadero significado del amor en sí. Decide unirse en conjunto a otras madres y comenzar a luchar por las problemáticas que el barrio vivía en ese momento, aún sabiendo el riesgo que implicaba hacer contra a un contexto de drogas y peligro constante por niños y jóvenes sumidos en las adicciones y la delincuencia.

 

Los valores día a día se pierden, lamentablemente, y la lucha de Noemí y las otras mamás es esa, recuperarlos, dignificarlos y rescatarlos en las nuevas generaciones.

 

Consciente de que no es una tarea fácil de llevar se levanta siempre de su cama intentando, otro día más, aportar su grano de arena para cambiar la realidad de decenas de personas con quienes se relaciona de forma honesta, generando siempre como eje la concientización y el amor a la vida como estandarte.

 

Trabaja día a día con gusto, tratando de generar puentes que se traduzcan en donaciones a quienes más necesitan, contención a quienes se encuentren en un momento difícil y, por supuesto, sonreír si el objetivo principal se cumple, alejar a la mayor cantidad de jóvenes del mundo de la droga y la delincuencia, pues ese es el norte al cual apunta el proyecto que lidera, nacido a finales de los noventa.

 

Su lucha se extiende no solamente en su vecindario. Logró cruzar las fronteras barriales y llegar a diversos puntos de la Capital a intentar brindar lo que mejor le sale, ayuda a quien mas la necesite, siempre.

 

El barrio “Pacará”, como ella lo nombra, fue un barrio bendecido a su criterio, ya que según sus palabras, “el lugar donde abunda el pecado sobreabunda la gracia”, y quien más que ella puede ser consciente de eso en primera persona, ya que sin importar horarios y/o condiciones climáticas iza su bandera y continúa su labor.

 

Las tareas de las “Madres Unidas del Pacará” no paró, continuó independientemente de los contextos externos, siempre el fin fue el mismo, y no se desenfoca jamás. No alcanzarían las páginas para mencionar las loables labores de estas mujeres que, impulsadas por el amor a sus hijos y nietos comandadas por Gladys hicieron a lo largo de los años, incluso con el Covid-19 en el camino, ya que los trabajos en los barrios siguen y también el acompañamiento a diversas instituciones educativas de la ciudad Capital.

 

A sus 58 años se define como una eterna soñadora que idealiza un mundo mejor, aquella niña que durante su infancia aprendió que el deseo es el mejor arquitecto de la vida y comenzó a construir mejores realidades de forma desinteresada.

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