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Opinión #Negocios

¿Ojos que no ven?

Siempre te ven. Hagas lo que hagas, tarde o temprano te ven.

Agrandar imagen ¿Es magia? No, no es magia, ni telepatía. Es fruto del orden espontáneo, es la consecuencia lógica de confiar en un amigo que ya consumió, antes que en el vendedor o el fabricante.
¿Es magia? No, no es magia, ni telepatía. Es fruto del orden espontáneo, es la consecuencia lógica de confiar en un amigo que ya consumió, antes que en el vendedor o el fabricante.

No hablo de invasión a la privacidad, obvio. Pero aquello que predijo G. Orwell de un gran ojo que todo lo ve, existe de hace tiempo estimado emprendedor.

 

No son poderes conspirativos, ni organismos clandestinos en busca de oscuros secretos. Esto es algo claro, abierto y evidente: El escrutinio público. Un Gran Hermano compuesto por los consumidores.

 

Hace unas décadas, allá por 1974, ganó el Premio Nobel un economista de Británico de origen Austriaco, Friedrich Von Hayek. El premio lo compartió con el Sueco Gunnar Myrdal y si bien al lector común esta cita de nombres y fechas puede ser engorrosa, me tomo la licencia de ponerla sólo para que algunos de mis ex alumnos al leer digan “sabía que alguna vez me iba a servir de algo lo que aprendí con el Profe Sui Generis”. 

 

El premio se lo dieron, entre otras cosas, por su análisis de la interrelación entre los fenómenos económicos, institucionales y sociales. Planteaba en resumidas cuentas, que los “físicos” que estudiaban el crecimiento habían escrito muchas gansadas porque desconocían el funcionamiento de la economía, y por lo tanto su capacidad de análisis era limitada (como ocurre con los “Yo leí bastante”, de quienes hablamos en un artículo anterior).

 

Para Hayek y su escuela, el objeto de la economía era estudiar y analizar cómo gracias a un Orden Social Espontaneo, una economía utiliza su verdadero producto: Información práctica. Grandes volúmenes de información que no están disponibles en un lugar específico; sino que se conforman por el conocimiento práctico que cada individuo según sus circunstancias va descubriendo y aprehendiendo para sacar mejor provecho de su actividad. 

 

La labor de los Economistas consistiría por lo tanto en aprender cómo funciona ese proceso de generación de conocimiento que era disparado por los emprendedores, para aprovecharlo al máximo posible.

 

¿Le suena conocido? Más de medio siglo antes de las redes sociales virtuales y masivas, la idea de “Qué bien nos vendría un internet” ya estaba dando vueltas. Afortunadamente Hayek alcanzó a ver algo de esto, porque murió en 1992 a los 94 años. No sé cuáles fueron sus últimas palabras, a decir verdad el Dr Manuel Cordomí, mi profesor de Historia del Pensamiento en la facultad, acostumbraba a mostrarnos fotos de las tumbas de economistas célebres. Y por esos años Hayek aún vivía. Pero me juego que su último pensamiento fue: “Yo les avise”.

 

Se cree que Internet transparentó las cosas. Negativo, solo las potenció y democratizó conocimientos específicos; pero de antes ya se sabía todo al menos en lo que a los productos que compraba la gente se refiere. Quizá no los detalles, las formulas secretas; sino cuan bien hechos están para el precio que cobran.

 

¿Cómo puede saber esto la gente de a pie? Simple, lo compra y lo usa. O lo que es lo mismo, lo compra y lo prueba; porque usar algo no es otra cosa que tomar un examen al fabricante. Si te sirve, es bueno; si no te sirve, es malo. Así de simple, así de claro, y así de cruel.

 

Vuelvo a repetir: la realidad no admite relatos.

 

Y esto sirve para todo, desde un remedio o un automóvil hasta el calzado o las verduras que compras. Te mienten una vez, y tienen las horas contadas. Porque en algún lugar alguien está pensando en cómo mejorar tu producto o tu servicio y quedarse, en principio, con una parte de tu tajada de mercado.

 

Porque el error siempre se ve. Antes no había tanta información, es verdad; pero los mercados eran también más acotados geográficamente. El rumor era el Instagram de la época. Y las inversiones para los productos de lugares remotos no se amortizaban con una sola venta por lo que los estafadores eran rápidamente expulsados de los mercados. Hoy eso pasa rápido, vamos camino a que suceda casi de inmediato.

 

Recuerdo que hace unos años vino un consultor a la empresa de mi familia. Le dijo a mi Padre (Z”L) que la caja de uno de los productos no servía porque tenía poca información.

 

- “Ud. Tiene que tratar al consumidor como si fuese lento, impaciente, y con pocas luces”.

 

Suena chocante; pero el ejemplo es contundente: Sean lo más claros posible. Cuantas menos preguntas genere, son más las respuestas que habrá respondido al consumidor. Y sobre todo, que lo que prometa sea, al menos, lo que entregue. Porque su consumidor conoce a alguien que conoce a alguien. Y a todos les gusta comprar conociendo lo que hay dentro del producto, aunque sea la primera vez que lo vean.

 

¿Es magia? No, no es magia, ni telepatía. Es fruto del orden espontáneo, es la consecuencia lógica de confiar en un amigo que ya consumió, antes que en el vendedor o el fabricante. No es necesario ver el producto que hay adentro de la caja; pero es clave conocer alguien que lo haya visto, haya probado, y lo haya disfrutado o se haya decepcionado.

 

Hoy, se tiene que cuidar la cadena de comidas rápidas cuyo empleado no-mimado viraliza un video de la mugre en la cocina, tanto como se tiene que cuidar el de la verdulería del barrio (de cualquier barrio o súper) en venderte mercadería de calidad. No sea que lo hagas famoso en redes sociales y viralices su producto de baja calidad por whatsapp. Se acabó eso de “$10 más ahora, total después se olvida”.  $10 más ahora son $1000 menos mañana mismo. Una bolsa opaca ya no significa más “ojos que no ven”.

 

Sí, el refrán dice “Ojos que no ven, corazón que no siente”. Eso es cosa del pasado. Hoy todos los ojos ven, los tuyos, los del vecino, o los de Juan de los Palotes a 15.000 km y un click de distancia.

 

¿Cuándo fue la última vez que en el súper o el almacén de la esquina le vendieron gato por liebre? ¿Volvió? La única diferencia entre hace 50 años y ahora, es de carácter inmobiliario: Cuan lejos se tiene que ir a poner el negocio el que te embromó por unos pesos en la otra cuadra.

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