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Especiales #Cuento

Andamio: ???castigaba el cielo con sus manos???

El destadaco escritor santiagueño Julio Pereyra pone su particular mirada sobre lo cotidiano y lo rescata a través de los caminos de la prosa y la poesía.

En ese lugar, el tambor rotatorio recibía los componentes, que ingería con unos tragos de agua, para deglutirlos lentamente y de a ratos, harto del consumo; escupía a sus pies. La mezcla viaja sobre una caja histérica empujada con esfuerzo, luego, se vierte en los baldes levantados al ingenio de una rueda con garganta de correa.

 

Una plomada, se lanza al vacío y queda suspendida definiendo un lado vertical; un hilo extendido pone límites a la ambición de elevarse, la cuchara se hunde para levantar una porción, que unta en el lomo del ladrillo; el sol apresura la madurez del cemento, la textura de acrílico, es una cresta ardiente que pretende estropear las ideas; por el encofrado, que guarda un esqueleto de alambre, se desparrama un agregado grumoso expandido sin problema, para luego reiniciar la tarea anterior.

 

-Eh pulga, deja de estar al pedo, pásame esas mitades  de ahí, dice Néstor.

 

-Estos?, eh no estaba al pedo eh, estoy concentrao mirando pa aprender.

 

-Bueno, pero trata de aprender estando menos distraído manda los baldes pa abajo.

 

Un gancho los sostiene como un racimo plástico que busca el piso, que termina por estrellarse al no ser esperado.

 

-Dale, hagan mierda los baldes, dice el encargado, sigan boludiando y anoten en su descuento ¿no?

 

Tras el reproche, se revisa el fondo de los recipientes, que los sacuden un poco, como para aliviarlos del susto, la pala los colma en su interior y son colgados de sus brazos unidos para ascender.

 

- Van los baldes.

 

El mensaje es recibido y se los aguarda a orillas de un túnel, por donde una mirada los acompaña desde abajo; un gesto del pulgar, acusa el recibo satisfactorio.

 

Cerca del mediodía, una parrilla muy oscurecida, se convierte en rehén de las brasas, que dejan escapar sin demora los restos humeantes de un convite pasado, unos utensilios baratos, una ensaladera con cicatrices, unas tablas con bordes desiguales es una mesa improvisada; una radio con música variada, por allí anda Matienzo, que hoy hace las veces de cocinero

 

-Vamos muchachos, terminando, ya casi está el asado vamos, terminando.

 

Llegarse hasta el Super cercano para la compra de un vino o cerveza, según el paladar de los comensales; el tambor mira el suelo desde cerca como cuchicheando sus secretos, la paleta descansa en el vientre artificial.

 

-Che, busquen otra música pues, esos ruidos de lata me tienen podrido.- comenta uno

 

-Che Matienzo, como puedes llamar asado a esto, viejo parece un zapato de duro

 

-¿Cómo? Hijo de mil me lo han vendido como carne de ternera, que lo pario, ¿en serio?

 

-Una broma, no le creas al pulga, dice Néstor.

 

- Ja, ya me estaba yendo a devolver, eh, pásame el tinto que la cerveza engorda.

 

-Tarde pa darte cuenta, mira esa cornisa que cuelgas de la cintura, jajaja bromea pulga.

 

-Che Néstor, han comentao que van aumentar la hora.

 

-¿Qué? La otra vez era lo mismo te acuerdas, encima que estamos en negro, este desgraciao ni áca nos aumenta; si, uno no discute que se gana mejor que en el pago, pero te hacen lomiar como buey.

 

A esa hora, el misterio libera con aliento salino su gesta andariega, hurgando entre retazos de cemento algún silbido de ese chango ido; un ángel de cerámica zarandea su quimera salpicada de pilpintos de cal.

 

El silbido se apaga, el tambor, comienza con sus giros incontables.

 

-Eh, pulga, que no lo saquen duro decile.

 

-Bueno le digo.

 

-Y no te pongas a mirar ahí, no?

 

Otra vez los ingredientes de esa masa mineral, otra vez el viaje quejoso, las alturas, un acopio y la pared muy próxima a terminarse, para después proseguir en otra dirección; una gota aprueba la superficie del dintel, con exactitud académica.

 

-Néstor, cuanto hace ya que vienes, más mitades?

 

-No, no por ahora, te digo; imagínate antes venía con mi viejo de capachero.

 

-Ah, yo, esta es la tercera vez.

 

-Dame esas grampas que están cerca de la bolsa

 

-¿Estas? Medio chuecas no sé qué.

 

- Bueno, mordelas y enderezalas un poco.

 

-Jeje, que caserones queno Néstor

 

-Si, y son para el fin de semana nomás, lo que es tener guita; yo no puedo terminar mi casita y estos tienen pa ir a estirar las patas los feriados o vacaciones o cuando se les cante habitarla.

 

A la tarde, el sol intenta quedarse un rato más en ese punto que los encuentra; colgado en la figura de cono, que espera rescate. El ocaso, da su revoque con matices de nostalgias y desde el andamio, la ciudad es una mezcla sombría; tiempo de regreso a la pensión.

 

-Bueno bestias, hora de irse, grita pulga.

 

- Che, ojo como les dices, mira que al negro Paz no le gusta que le digan así.

 

-Bah, guarda che y que se cree, diputau, vamos, vamos a la cueva sea dicho.

 

Un recorrido en colectivo, invariable, con las impresiones de su labor en la vestimenta, una mochila arrugada y una gorra con motivos comerciales. Una agenda definida, con actividades casi domésticas, es la ocasión para un desafío.

 

-Pulga, decile al negro que le toca las compras y al cheto lo de las pilchas.

 

-Bueno, pero según la cara le digo.

 

-Decile igual que, o te le cagas jajaja.

 

Por el pasillo se juntan las tonadas, los rostros cobrizos saludan al pasar, y una melodía tropical, se filtra en las grietas de sus quimeras  para cajonear una ausencia; en la estrechez de la pieza, la cena no ofrecía variante alguna.

 

-Eh, otra vez piza, cuando vamo a cambiar de morfi, parece de goma esta cosa, mira cómo se estira, ve?

 

-Mañana, dice Matienzo, mañana nos toca ñoqui.

 

-¿Y? reniega pulga, eso no es masa también.

 

Desde el balcón, se veía a las ánimas de una milonga corretear por el empedrado y un cafiolo de humo percudido la conducía para alojarla cerca del cordón, entre colillas y boletos truncos. Un movimiento incesante, bocinas, detenciones frenéticas, un entredicho subido de tono, más allá una sirena se disuelve y un rezongo parpadea en la esquina tras la melena escarlata.

 

Un grito a esa jaula de metal, y esa extraña sensación de esconder en el vértigo, la soledad; por ahí la luna, es una frase de adobe en el zócalo de sus manos, que atestigua un olvido. En el alba levanta su odisea de canto; el receptáculo, da inicio a sus vueltas y una cortina de polvo los envuelve.

 

-Pulga, alcanzame el metro, allá esta ves?

 

-Ajam, este Néstor después enseñame como hacer la traba en la pared de veinte.

 

-Seguro pulga, claro, ya quieres dejar lo de capachero.

 

-Y si, además me sirve para la casa también.

 

-Claro pues hombre, mira yo ya li mandao un giro a la patrona es pa cambiar el techo de chapa y quien dice que en la obra siguiente me alcance pa ampliar.

 

-Si, pero que cagada venir tan lejos por laburo queno Néstor.

 

-Y así está la cosa pulga, ligan los de siempre nomas.

 

La cinta luego de su acción, se esconde en su carcaza, como para no oír sus angustias obrajeras, con ese tarugo de silencios que los fija sin aviso, proporciones de su piel, embutidas en el viento y allá, en el umbral de la tarde, sus ojos van sin apuro, humedeciendo algún nombre.

 

Castigaba el cielo con sus manos, empapado y desprolijo rasguñando apenas, la tosquedad de ese milagro; justo desde ahí, por esa rambla saturada de pasos hacia ningún lado; o acaso si, en la inmediación de esos montículos que irgue, su identidad, donde gira el tambor, un corso de piedra.

 

-Te explico pulga, lo de las trabas.

 

A esa hora regresa en un silbo, cuasi vegetal, para alejarse de estas urgencias citadinas y elección por lo inmediato, fabulas de cal y de arena.

 

Allá, en su terruño, un ladrillo espera formar parte de algo.A

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