Los pobladores de Suncho Corral despidieron a José Ramón “Pepino” Carabajal, muy querido por todos los vecinos, quienes lo describieron como una persona sumamente buena que nunca tuvo un atisbo de maldad, de reproche, de descontento, de enojo, de rencor, con una fortaleza interior de tal magnitud que logró siempre en su extensa y prolífera vida y en el amplio espectro en que desarrolló sus actividades diversas, controlar la reacción, usar la prudencia, y llamar a la reflexión.
En el sermón de la misa de exequias, el padre Alberto Moresco, amigo de “Pepino” y de toda la familia, resaltó estas virtudes y agregó que a pesar de las adversidades, que las tuvo y muchas, nunca perdió la calma y con trabajo y sacrificio sacó a su familia adelante y crió a sus nueve hijos, dándoles educación y forjándolos en los valores cristianos. Querido por todos, era un miembro más de todas las familias de Suncho, sean gringos, árabes o criollos, familias a las que vendía tómbola, o revistas o pasajes de colectivos, o cuando lo llamaban para fotografiar acontecimientos familiares, o cuando proyectaba películas en el Cine Monumental, o cuando jugaba al fútbol en su querido Club Atlético Challúa, del que fue jugador y dirigente. Cuando le preguntamos al padre Alberto qué sostenía en “Pepino” su bonhomía, respondió: “Su humildad, eso es lo que lo que lo hace grande como ser humano”. Los vecinos también manifestaron: “Nos dejó, seguramente, para alcanzar a su esposa, quien hace dos meses partió al enterno descanso, pensó que dos meses es un paréntesis muy largo para separar cincuenta y ocho años de matrimonio”.
