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La Provincia El "profe"

Miguel Serrano, eximio bailarín y santiagueño de pura cepa

Baila desde los 8 años y transformó su pasión en una profesión. Refirió que la danza es una forma de expresión y que le permitió conocer el mundo.

“Uno dos, giro, giro, al costado y adentro”, indica el “profe” y comienza el carnavalito. Lo siguen una nena de no más de cinco años, una pareja de abuelos, un joven con síndrome de Down y una joven de veintitantos, por nombrar algunos de las decenas de personas que se sumaron a la clase.

 

 

Miguel Serrano baila desde los ocho años, tiene 55 y toda una carrera formada en base a su pasión: la danza. Sostiene que es “una forma de expresión y de liberación del ser humano”, que cualquiera puede aprender a bailar y que “los santiagueños tenemos ventaja sobre el resto del país, porque contamos el ritmo interno”.

 

 

Con esa convicción —más chistes de por medio— no hay quien se quede quieto en sus clases. Por eso es tan conocido, por eso bailó en Cosquín, en España, Francia, Alemania, Bélgica, Italia y otros tantos lugares adonde fue convocado.

 

 

Comenzó siguiendo a sus hermanas, abuelos y a su madre; luego a sus docentes en la escuela primaria, durante las clases de música. Pero el contexto ideal era la fiesta de la Virgen del Valle en el barrio Primera Junta, con los “hermanos Cáceres”. “Nos invitaban y yo acompañaba a mis hermanas. También participaba de los actos en las escuela”, rememoraba.

 

 

El folclore ya era parte de su vida así que decidió convertirlo en su profesión. Para cuando ingresó en la Escuela de Música, varios profesionales de las danzas folclóricas lo invitaban a participar de sus eventos. Uno de ellos fue Carlos Saavedra que lo convocó al Ballet Santiago del Estero, donde enseñaba junto a su esposa Adela.

 

 

“Trabajaba y bailaba, no había mucho margen para no trabajar. Además estudiaba el profesorado”, contaba el bailarín. Por esos años también abrió la academia La Telesita, en el club Villa Mercedes, que tuvo como primer padrino a “Koli” Arce.

 

 

Pasó de alumno a profesor superior de Danzas Folclóricas en el Escuela de Música. En el 91, junto a su compañera Daniela Ibáñez, ganó —nada y nada menos— que el Pre Cosquín. Subieron al escenario Próspero Molina para representar a nuestra provincia en el rubro “pareja de zamba”, uno de los ritmos catalogados como “difícil” del folclore, una etiqueta que Miguel intenta despegarle.

 

 

“En la delegación estaba ‘Chuny’ Cardozo, Ramón Pallares, Néstor Garnica, Daniel Arial, ‘Chingolo’ Suárez y Juan Carlos Marín, un excepcional bandoneonista. Con esa banda de santiagueños ganamos en el rubro”, recordó.

 

 

La victoria fue por partida doble. Tras su actuación, Norma Viola, quien integraba el jurado se ofreció a presentarle a los profesores del Ballet Argentino, Miguel Ángel Tapia y Carmen Estellés, quienes lo invitaron a una gira por toda Europa, en el año 93.

 

 

“La danza forma parte del lenguaje. Con ella uno puede exteriorizar sus sentimientos, estados de ánimo; transmitir y recibir energía. Permite decir con el cuerpo lo que no puedes decir con las palabras”, consideró.

 

“El requisito es tener intención de aprender”

 

Si algo tiene la danza es un espíritu integrador. Su único requisito, según el profe Miguel, es “tener intención de aprender”. Hace 25 años descubrió ese interés en muchas personas con discapacidad, lo que lo llevó a conformar en Asaim el primer Ballet Folclórico Especial de Argentina.

 

 

Para que esto se conociera, antes de viajar a Europa cargó videos del trabajo institucional. “Llevaba más de ese material que ropa. Visitaba las escuelas de los distintos países y los mostraba”, contó.

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