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Especiales Literatura

AMBULANTES ???..??L; JUGLAR SIN APLAUSO, DE CALLES DESIERTAS..???

Un cuento del escritor Santiagueño Julio Pereyra, pinta otra historia de personajes inolvidables.

-¡Hay chipaco y pan casero!

Dobla las esquinas de las siestas por esas rendijas silenciosas, que atraviesan los duendes milenarios y con ella empuja la vida, que echó a rodar sus anhelos, que guarda en ese cofre de mimbre y cubre el mantel bordado de cielo.

Avanza sereno, pedaleando con un movimiento que va de un extremo a otro de la calle, como abarcando el espacio de la tarde, para llenarlos con sus gritos a cada paso.

-¡Hay chipaco y pan casero!!!

Recorre con su mirada las puertas laterales de la esperanza, que espera encontrar abiertas, para recibir de ellas sus favores, que a veces parecen dormir un letargo, privado de sentido para quien transita orillando una existencia bifurcada, solo el crujir de las cadenas parece unirse a su oferta, con ese lenguaje de orificios prolongados que persiguen y alcanzan una estrella de acero.

Cruza la avenida solitaria y deja una estela fragante que al rato desvanece, cantando bajito acorta los caminos de sus penas, con el marco encordado de un sitio que habita un destino de madera. Es la hora de la merienda y es el momento del aviso tentador y lo repite doblemente.

-¡Hay chipaco y pan casero, hay chipaco y pan casero!!

La oferta cruza en el aire por la tarde y también es una plegaria publicitaria que ruega y espera ser atendido.

-Don Omar, don Omar

Escucha su nombre y detiene su marcha, usando su pie al apoyar en la rueda trasera, un método de último recurso para no alejarse del pedido

-Que tal doña, andoy teniendo lo de siempre, recién sacadito del horno vea.

“Recién sacaditos”, repite. Mientras espanta unos curiosos alados y muestra la cara redonda con vistosos lunares de su mercadería de tez tostada.

-Ah ¿cuánto vale?

-Lo de siempre, un peso el pan y un peso cincuenta el chipaco.

-Viejo, que vas a querer.

-Comprale un pan nada más.

-Bueno doña, gracias.

Acomoda su bicicleta y sigue su travesía y antes que el eco de la oferta se olvide, vuelve a anunciarla como intentando atrapar al deseo.

-¡Hay chipaco y pan casero!!!

Gana las calles de tierra y da un giro, para retornar por el otro lado del pueblo, en los suburbios contemplan su paso sin detenciones, pero con intenciones ocultas de hacerlo; un tropel de piecitos descalzos, alcanzan su cometido y una vez a la par preguntan.

-Don, dice mi mama si vende por mitad.

-¿ah? ¿Qué? ¿Por mitad?

Unos ojitos brillantes a la par de su marcha agitada y persistente aguardan su respuesta.

-A ver cuánto tienes.

-Cincuenta, cincuenta nomas don.

Cincuenta repite don Omar, refregando sus manos, lo mismo que sus recuerdos; es él, en el otro extremo de la vida descalzo, con rodillas paspadas, una remera con un cuello exagerado y un agujero por donde el ombligo se asombraba con la vida y un pantaloncito percudido.

-Mmmm, dice componiendo la garganta, aquí hay uno de cincuenta.

Y extiende a esas manitos ese sol de trigo horneado.

-¡Gracias, gracias don!!!

Y emprenden una loca carrera, con el pan en alto, como brindando a la tarde, ese olvido de infancia repetidas y que hoy pareciera escaparse en ese grito. Empuja ese móvil con aroma, tratando de empujar también a sus recuerdos, que cuelgan también de sus pedales y lanza el pedido, casi ronco y es un consuelo por donde se pierden sus angustias.

-Hay chipaco, hay pan…. pan casero

Regresa a su casa, por calles junto a la vía tratando de conseguir alguna orden de compra, silba su canción preferida, saluda a los ocasionales transeúntes, la tarde se fuga persiguiendo al sol en la distancia, pasa junto a la canchita, donde reconoce un par de voces que lo saludan.

-¿y? ¿Cómo te ha ido? Pregunta su esposa

-Demasiao, me han quedao dos o tres no sé qué, che ahí los ‘i visto a los changos jugando, ya han traio la leña.

-Si ya han traio y han comprao las cosas pa mañana, che como via aumentao la harina y la grasa.

En la noche, cada uno recibe una indicación para la jornada siguiente, un repaso financiero que apenas lleva un instante, una actualidad escolar, las necesidades más urgentes. Por la mañana, su agenda comercial, tiene otras características y otros destinos; las golosinas y todo cuanto resulta una exquisitez, a los paladares infantiles, con variadas presentaciones y llamativos colores; ubicado en el perímetro de la escuela, anuncia el catálogo de su oferta, esta vez, acompañada de una bocina de aire, que busca atraer la atención; antes del timbre de entrada es una ocasión inigualable para su emprendimiento; al instante lo rodean sus pequeños compradores, colgados en la petición materna.

Después, inicia un nuevo recorrido; a la parada de colectivos de larga distancia, después volverá a la escuela, pues conoce el tiempo de los recreos, en esta oportunidad le suma a su lista otros productos que son una estampa del lugar, que le adjudica una propuesta más recurrente.

-¡Turrón y alfajores, dos por un peso, a los ricos turrones y alfajores!!!

Su pedido busca la altura de esas torres vidriosas, donde las miradas descienden a veces hasta su figura, rotando de lugar, envuelve al transporte con sus gritos, mientras sostiene, para después abanicar su oferta para que sea bien visible, ante esa cortina transparente que comienza alejarse, llevándose retazos de su esperanza. Nuevamente su destino es la escuela hasta cerca del mediodía.

Los domingos encuentra en el futbol una variante, que incluye también diferentes opciones; masitas, maní, naranja, mandarina que siempre son estacionales, a los que se agrega el juguito; pero es infaltable su voz, que llena los espacios, que circundan la escenografía de ese encuentro, no descarta su agenda laboral otras citas puntuales; fechas patrias, eventos sociales, todas representan una oportunidad. El calendario corre y trae agregados; situaciones gastronómicas, su bastión dulce es cualquier esquina, la azúcar trepa latitudes y se prende al sentido, para nunca pasar inadvertida, esas nubes azucaradas circulan las veredas y en la concavidad, se mece un manjar que atrapa y se adueña como siempre, de esos instantes majestuosos donde el deseo se contagia y es inevitable, encontrarlo con la mirada

-¡Hay praliné, rico el praliné, hay praliné!!!

Su voz siempre en el aire, como un canto laborioso; él, juglar sin aplauso de calles desiertas, donde su grito golpea las puertas de los sentidos, ofreciendo las variadas tentaciones, con preludio sonoro, que anticipaba su oferta.

Otro día, otra marcha, otra vez la compañía de los vocablos de la cadena, como una oración de metal, que recorre los vientos, que recorre las arterias y se inclina la vida empujando la tarea, se repite el trayecto aromando de trigales las veredas. Las estaciones se suceden, en el verano, cuando arde cada centímetro de la naturaleza, con la magia de esa nieve que encierra en su gaveta blanca, desafía los rincones calcinados y lanza la oferta de una frescura con sabores en la siesta.

-¡Helado, hay helado, helado!!!

Así es su vida, con jornadas de pedidos que no acaban, al igual que las listas de sus urgencias, con ese catálogo inagotable de sus necesidades insatisfechas.

-Eh che, queno cuando venía, me a tapao una sombra, y mei quedao un rato quieto, hasta que me a pasao, y transpirao frio fíjate.

-Ah, si claro recién te asustas, que te ha dicho el dotor, que te cuides del colesterol queno, que pares con la bici queno, no tanto asadito y los vinitos esos, claro hacete el que no sabes.

-Que más me queda ah, si el único día que me queda pa compartir algo con ustedes, mira si no voy a disfrutar un poco siquiera, que más me queda, si con lo que tengo pedaleao, puedo ir y volver de aquí a la luna tres veces, que más me queda.

Parecía, como si hubiera detenido su marcha por un descanso, como tomando fuerza para continuar su viaje cotidiano, permanecía al borde de su canasto, inmóvil. El viento se llevó su última oferta, su último aliento, su último acento de chingolo siestero.

Pedaleando alcanzo una estrella, allá en ese lugar con calles sin avisos, sin ofertas, sin urgencias, sin fatigas; en verano la frescura de su voz sopla en silbidos trashumantes, en invierno el trigo siente nostalgias de sus manos, en otoño el caramelo sabe amargo sin su gracia y en primavera las campanas liberan sus palomas para buscarlo.

Un retoño, hereda la frecuencia del aire, con otro estilo.

-Vecina, ¡llego el chipaco y pan casero, llego el chipaco y pan casero vecina!!!

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