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Especiales Historia

Malones, caciques y fortineros Historia de nuestra Nación

Primera parte de esta atrapante historia verídica para leer y analizar detenidamente.

Cuando los españoles llegaron al Río de la Plata y decidieron conquistar estas tierras, tuvieron que enfrentar a los primitivos habitantes, que, como en otras regiones del mundo, se oponían a sus intentos.

Desde entonces, nuestro suelo fue testigo del enfrentamiento entre esos dos grupos que convencido cada uno de sus derechos disputaban a muerte el territorio. Estos conflictos se dieron, primero, entre el indio y el español y, luego, entre el indio y el criollo.

 

Introducción

Cuando la indiada invadía las estancias del sur con alaridos de terror y desenfreno, cabalgando sobre monturas de cuero de carnero o en muchos casos en pelo y sosteniendo una caña de tacuara con tijera de trasquilar en la punta en mano, a su paso huían los venados y avestruces.

Cabalgaban como demonios, excitando a los caballos con la furia de la carga, y saltando arroyos, médanos y pastizales. Iban embardunados en grasa de avestruz, nunca se pintaban.

El olor que despedían enloquecía de miedo a los caballos de los criollos y de los soldados que los enfrentaban.

Durante la conquista, los españoles lograron someter a las tribus que vivían hacia el sur, pero no a las que habitaban zonas más australes, que persistían aguerridamente en su lucha e impedían la ocupación de sus tierras por parte de españoles y criollos.

El fortín y la vida fortinera caracterizaron entonces el avance y la defensa de la población de origen europeo, mientras que los indios con su particular ataque de malones representaban la otra cara de este enfrentamiento.

El río Salado y el río Colorado fueron el marco de gran parte del escenario de la lucha.

 

El caballo de los indios

Cuando los indios regresaban del malón a la toldería, apartaban los caballos robados y los soltaban al monte a pastorear.

Después, los sometían al más duro de los aprendizajes para así seleccionar los mejores: al salir el sol, los ensillaban, los hacían galopar velozmente por tierras difíciles hondonadas, médanos y zonas pantanosas hasta cansarlos. Una vez superada toda esta prueba, los ataban a un poste y los dejaban sin comer y sin beber por el término de un día.

Los caballos que resistían los inhumanos entrenamientos se volvían dóciles, infatigables y podían secundar al indio en sus invasiones sin temor a lo que se exponía el salvaje jinete.

 

Pampas y araucanos

Durante los siglos XVI y XVII, los españoles ocupaban el territorio comprendido entre el Río de la Plata y el río Salado, y los pampas, las tierras ubicadas al sur del Salado.

Sin embargo, con el correr del tiempo apareció otro personaje en la escena territorial: el indio araucano, que atraído por la cantidad y la diversidad de ganados y caballada comenzó a cruzar la cordillera por Neuquén y a instalarse en suelo argentino hasta alcanzar el centro del país en el siglo XIX.

Los araucanos hicieron luego relaciones amistosas con los pampas que dominaban la zona pampeana y pasaron a dominar el noroeste de la Patagonia.

 

Fortines y fuertes

Hacia 1740, los malones comenzaron a cobrar seria importancia. Diez años después, la alarma y el temor de la población llevaron a las autoridades españolas a preservar la frontera con fortines y a establecer un grupo militar.

En 1777, ya creado el Virreinato del Río de la Plata, Ceballos su primer Virrey aconsejó a la Corte de España emprender un ataque combinado desde varias zonas, inclusive desde Chile, contra los asentamientos indígenas, con el fin de disminuir el peligro de los malones, saqueos y asesinatos.

Se construyeron entonces defensas más poderosas que los fortines, los fuertes, al sur de la ciudad; por ejemplo, el de Nuestra Señora del Pilar de los Ranchos, el de San Miguel del Monte y el de San Juan Bautista de Chascomús.

No era esta la única preocupación de las autoridades españolas, sino que también tenían que contemplar las invasiones inglesas y el aumento de las intenciones criollas de separarse de España, deseos estos que se hicieron realidad el 25 de mayo de 1810.

 

Después de 1810

La resolución del problema indígena quedó en manos de la Primera Junta, que en junio de 1810 envió a revisar el estado de los fuertes de las fronteras y a determinar las mejoras que se le podían hacer.

En 1811, algunas tribus reconocían al gobierno patrio y firmaban tratados de paz, pero muchas otras continuaban asaltando las estancias de la campaña.

Mientras tanto, los araucanos y ranqueles se iban instalando al norte del río Colorado y al este del Salado.

A causa de los ataques de estas tribus, en 1815 el comandante Pedro Nolasco López pidió refuerzos y armas para la defensa de la Guardia del Monte.

En 1816 se enviaron nuevas tropas llamadas “Compañía de Blandengues de la Frontera” para vigilar el sur del río Salado.

Como el gobierno tenía a casi todos sus soldados luchando en las guerras internas contra las provincias, en 1819 los estancieros crearon milicias rurales para combatir los malones y también para controlar la mano de obra criolla. Las más conocidas de estas milicias eran las pertenecientes a Juan Manuel de Rosas, llamadas “los colorados del monte”.

En 1818, el cacique Yanquetruz que había llegado desde Chile se había instalado en Leuvucó y había hecho mentas con las tolderías de Córdoba, San Luis y el oeste de Buenos Aires.

Ante esta peligrosa realidad, el gobernador de Buenos Aires Martín Rodríguez envió dos mil quinientos hombres para una avanzada que llegaría hasta Tandil, donde se construyó el fortín Independencia.

A los esfuerzos de Rodríguez continuaron los del presidente Rivadavia, que en 1826 alzó, en medio de la desolada pampa, tres fuertes como base: Curalafoque, Cruz de Guerra y Potrero.

Entre 1827 y 1828 el general Federico Rauch completó estas avanzadas moviendo las fronteras desde Junín, pasando por 25 de Mayo y Tapalqué, y llegando hasta la zona de Sierra de la Ventana, principal asiento de las tolderías de los pampas y pehuenches.

 

Juan Manuel de Rosas

En 1833 Juan Manuel de Rosas atacaba con fuerza a los indios rebeldes. Cuando los sometió, hizo un pacto de paz con algunas tribus, que totalizaban unos tres mil indios.

Además de tener el rango de General, Rosas era un poderoso estanciero de Buenos Aires que conocía muy bien la pampa, lo cual ayudó al éxito de la campaña que desembocó en la firma de varios tratados de paz.

Entre los pactos más importantes celebrados entre Rosas y las tribus se destacan los alcanzados con los caciques pampeanos Catriel, Cachul y el propio Calfulcurá.

Por estos “tratados de indios amigos”, Calfulcurá recibiría anualmente del Estado ropas, bebida, yerba, tabaco y ocho mil animales vivos a cambio de mantener el orden y respetar los territorios incorporados a la civilización.

 

Hombres blancos en tolderías

En muchas tolderías vivían también hombres blancos que había llegado huyendo de la justicia o de la persecución política o que habían sido apresados por los indios.

Un ejemplo es el coronel Manuel Baigorria, oficial del general José María Paz.

Cuando Paz fue tomado prisionero, Baigorria huyó hacia el desierto, buscó refugio en las tolderías, adoptó los modos y las costumbres del indio, dirigió malones en su mayoría integrados por guerreros blancos y enseñó al salvaje las tácticas de guerra del ejército y el cultivo de la tierra.

Con la caída de Rosas en 1852, volvió al mundo de los blancos y se radicó en Rosario.

 

Continúa próximo domingo.

 

Nota:

Esta reseña es una colaboración de José Olivieri, Presidente de la Asociación Cultural Sanmartiniana de la Ciudad de La Banda (Facebook: Asociación Cultural Sanmartiniana Filial La Banda).

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