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Opinión

Las revoluciones que caen en sus propios contrarios

En el 19º Congreso del Partido Comunista de China realizado la semana pasada (se celebra cada cinco años), sólo una bandera con la hoz y el martillo lo presidía como signo de una identidad política más tradicional que real.

A 100 años de la Revolución Rusa, que tanto influyó a nivel planetario con su ideología comunista, abrevada en el pensamiento marxista-leninista, con sus variantes de encarnadura maoísta en China, hochiminhista en Vietnam, castrista en Cuba o titoísta en Yuguslavia, ya no queda nada de aquel credo que prometía el triunfo del socialismo sobre el capitalismo, sobre la base de la revolución permanente de la que hablaba Trotski, para generar un “hombre nuevo”, libre del capitalismo salvaje al que se refería Carlos Marx.

 

La realidad y el mundo demostraron que revoluciones como la soviética y la china pueden terminar en su propio contrario, comiéndose a sus propios padres e hijos. Ya está dicho que Carlos Marx y Mao Tse Tung se revolverían en sus tumbas si vieran lo que en sus nombres terminaron Rusia y China. En el primer caso, por la desvirtuación filosófica y el totalitarismo de Estado, que tuvieron su forma más nefasta y decepcionante en los sangrientos tiempos de José Stalin. Y en cuanto a China, al pasar de la Revolución Cultural Proletaria de los años 60 y 70 —persiguiendo a traidores de los ideales revolucionarios y quemando en plazas públicas toda literatura considerada hostil a esos principios—, a los días actuales en que el gobierno de Xi Jinping. Elogia al sector privado como clave del crecimiento económico que viene teniendo el gigante asiático desde mediados de los años 80, convirtiéndolo hoy por hoy en la primera potencia mundial comercial y a punto de desplazar a Estados Unidos del primer puesto de desarrollo económico.

 

En el 19º Congreso del Partido Comunista de China realizado la semana pasada (se celebra cada cinco años), sólo una bandera con la hoz y el martillo lo presidía como signo de una identidad política más tradicional que real, porque la distancia entre la China de Mao y la de sus renovadores sucesores, como lo fue Deng Xiao Ping y ahora Xi Jinping —que ha sido elegido para un nuevo mandato—, es sencillamente sideral.

 

Hoy, China emerge como el principal polo de atracción para las inversiones, debido a la implementación de políticas aperturistas de apoyo a la iniciativa privada, sin las barreras proteccionistas que aplica Estados Unidos. Los líderes chinos han comprendido que abrir las puertas a la inversión y alentar la iniciativa privada interna, son factores fundamentales para el crecimiento sostenido —además del combate a la corrupción, sancionando a los funcionarios y miembros del partido que incurren en actos de esa naturaleza—.

En China, el pragmatismo ha sustituido a la ideología comunista, por más que aún se definan bajo esa ideología, hablando de un “marxismo del siglo XXI”. Pero nadie se llama a engaño de que la ideología comunista sirve para legitimar a un gobierno único, fiel a ideales de desarrollo y no de absolutismos que tarde o temprano fracasan.

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