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Especiales Historia

El sargento Funez y su mamá

Cómo la naturaleza maternal sabe, sin preguntar, de los miedos y tristezas que embargan el corazón de un hijo.

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Crédito: ???Difícil era para los españoles cumplir con la primer orden dada por Tristán de ejecutarlo, pues el oficial a cargo pensaba: ???¿Cómo voy a matarlo si no hay certeza alguna de que el prisionero sea Ignacio Funez????

En el año 1811, las fuerzas patriotas derrotadas en Huaqui, militarmente al mando de Antonio González Balcarce y políticamente al de Juan José Castelli, fueron puestas bajo las órdenes de Juan Martín de Pueyrredón para que reorganizara la retirada mientras los realistas proseguían su avance triunfal desde el Alto Perú hacia nuestro territorio.

 

Era imposible pensar en una resistencia. Solo se trataba de ganar el mayor tiempo posible para no poner en riesgo más vidas en combates inútiles. Para ello, Pueyrredón tuvo la idea de implementar una estrategia de inteligencia y convocó al sargento Ignacio Funez, oriundo de Salta, para llevarla a cabo.

 

Funez, el mensajeroFunez se convirtió en el falso mensajero que llevaría un parte donde se explicaba la proximidad de una muy importante fuerza patriótica que amenazaría los flancos realistas. Con gran ingenio y valentía, el mensajero logró su propósito: ser tomado prisionero por las tropas de Pío Tristán.

 

El sargento Funez cumplió con el encargo de Pueyrredón al pie de la letra y dejó a los enemigos la impresión de que las imaginarias fuerzas patriotas se aproximaban peligrosamente al ejército español.

 

El escapeVarios días después, el jefe realista se dio cuenta del falso dato dado por el mensaje llevado por Funez —y que lo había demorado en su avance—y mandó enseguida a buscar al prisionero para pasarlo por las armas. Pero Funez había desaparecido de su calabozo y en su lugar fue hallado su centinela, desnudo, amordazado y atado.

 

El sargento patriota vestía ahora uniforme enemigo y transitaba por los territorios tomados por los españoles como uno más. De esa manera, se transformó en el mejor informante de los movimientos realistas que el general Belgrano tuvo en el Ejército del Norte.

 

Un encuentro decisivoFunez fue tomado prisionero nuevamente, lejos del lugar donde había caído por primera vez.

 

Negó su identidad cada vez que fue interrogado y se declaró un soldado al servicio del Rey. Difícil era para los españoles cumplir con la primer orden dada por Tristán de ejecutarlo, pues el oficial a cargo pensaba: “¿Cómo voy a matarlo si no hay certeza alguna de que el prisionero sea Ignacio Funez?”

 

Uno de los soldados comunicó al oficial a cargo que él conocía a la madre de Funez y que trabajaba en una casa en el pueblo, cerca del lugar donde se encontraba el destacamento. El oficial mandó a buscar a la anciana señora de inmediato y horas más tarde fue puesta frente al prisionero. El oficial le preguntó a la anciana: “¿Usted conoce a esta persona? ¿Puede ser su hijo?”. Los ojos brillosos y fijos de esa madre y la mirada resignada a la muerte de ese hijo patriota se entrelazaron en unos segundos, movidos por el consuelo y el miedo. Respondió con firmeza la señora: “No conozco a este hombre. ¡Por suerte no es mi hijo, oficial!”. Sabía esta madre que, si respondía con sus más sentidos sentimientos maternales, su hijo sería ejecutado en ese instante, sería poner la firma a la sentencia de muerte que pesaba sobre él.

 

La señora volvió a su casa y Funez fue puesto en libertad. Los jefes españoles que presenciaron el encuentro debieron rendirse ante la prueba de la total desvinculación de sangre entre las dos personas.

 

 Tiempo despuésPasó más de un año. Se libraron, con triunfos patrióticos, las batallas de Tucumán, el 24 de septiembre de 1812, y de Salta, el 20 de febrero de 1813. La madre no supo más de su hijo desde aquel encuentro. Era seguro que, a esa altura, ya habría sido descubierto y fusilado.

 

Sin embargo, una calurosa tarde de marzo de 1813, un brioso caballo se detuvo frente a la humilde casita de adobe de la anciana y de él saltó ágilmente un jinete que exclamó con gran alegría: “¡Madre! ¡Madre!”. Desde el interior se oyó, entre llantos: “¡Hijo! ¡Hijo!”.

 

La madre que salvó la vida de ese patriota negando serlo tenía ante sí ya no al sargento Funez, sino al capitán Ignacio Funez, ascendido por el propio general Belgrano por su valiente participación en Tucumán y Salta.

 

Sobre su chaqueta de capitán, engalanada con las dos medallas, apretó a su madre con mucho amor y pasión. Sus lágrimas se mezclaron como aquellas miradas que en 1811 le habían salvado la vida al valiente, entonces sargento, Ignacio Funez.

 

 Una reflexiónMuchas historias se han escrito sobre madres e hijos que, de una u otra manera, participaron y ayudaron, desde sus posibilidades, a la libertad de nuestros pueblos. Esta nos muestra cómo el amor se manifiesta a través de la mirada y en un momento límite puede hasta salvar una vida.

 

 

 

Esta reseña es una colaboración de José Olivieri, Presidente de la Asociación Cultural Sanmartiniana de la Ciudad de La Banda ([email protected]).

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