Con los zapatos negros ortopédicos que se compró el martes personalmente en un negocio vecino al Vaticano, el papa Francisco pegó ayer algunas patadas virtuales a los conspiradores que continúan resistiendo a sus reformas. Cargó contra las “críticas malévolas”, malintencionadas, “que se refugian en las tradiciones, en las apariencias y en las formalidades”.
A los cardenales y obispos que tenía adelante sentados, les advirtió que “no son las arrugas a las que se debe temer, sino a las manchas”.
Por cuarta vez hizo un discurso anual a la Curia con motivo de las fiestas de fin de año, que estuvo en la línea de dureza y advertencia que tuvieron sus filípicas de diciembre de 2014, cuando habló de las 13 enfermedades que padecían los cardenales y obispos curiales, y de 2015, cuando les recordó “las virtudes necesarias” a los monseñores y purpurados que manejan el gobierno central de la Iglesia. Bergoglio dijo que en los dos años anteriores “era necesario hablar de enfermedades y curas”, porque “cada operación para alcanzar el éxito debe estar precedida por un profundo diagnóstico”.